Desde los años ’80 ya no quedan en Mendoza las grandes bodegas que caracterizaron la producción inicial de la provincia, sino que se han multiplicado las bodegas más pequeñas especializadas en la elaboración de vinos finos. Basta alejarse un poco del casco urbano para empezar a ver las vides, algunas colocadas según el sistema francés de espaldera –que facilita la cosecha–, y otras dispuestas en el típico estilo parral italiano, favoreciendo la entrada del sol entre las ramas. Los campos se separan mediante barreras de álamos –con cuya madera de regular calidad se fabrican desde cajones de frutas hasta machimbre–, que cortan los vientos y protegen los cultivos. En todos los alrededores del Gran Mendoza hay numerosas bodegas que abren sus puertas a las visitas guiadas y las degustaciones: Nieto Senetiner, en Luján de Cuyo; López y La Rural, en Maipú; Escorihuela, en Godoy Cruz, son sólo algunas de las que pueden elegirse, ya sea en excursiones organizadas desde Mendoza o en visitas por cuenta propia. Algunas de ellas, como Viña El Cerno, no tienen viñedos propios y se dedican a la producción artesanal en pequeña escala (unas 60.000 botellas anuales en vinos de crianza), mientras otras, como Baudron, tienen instalaciones de tipo industrial y, en el caso de esta última, incluso un pequeño museo que permite vislumbrar cómo eran las vendimias de otros tiempos.
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