Dom 02.04.2006
turismo

La caída de masada

La fortaleza, que había sido acondicionada por Herodes, nombrado rey de los judíos por Julio César en el siglo I a.C., podía autoabastecerse con agua de lluvia y acumular provisiones para varios años. Y como para la época Masada era casi inexpugnable, unos 960 sobrevivientes de aquella gran rebelión pudieron refugiarse durante tres años, conformando el último bastión de resistencia contra los romanos. Masada era entonces una provocación para el orgullo imperial y al mismo tiempo podía ser el germen de una futura rebelión, a pesar de que todos los judíos habían sido expulsados de Jerusalén para emprender la diáspora.

Doblegar una fortaleza natural como era aquel escarpado monte, que a su vez estaba amurallado, era una tarea complicadísima para las técnicas militares de la época. Haberle ganado las alturas al enemigo fue algo decisivo, aun a pesar de la diferencia numérica abismal que tenían los 10 mil legionarios que contaban además con la ayuda de centenares de esclavos judíos. Un total de ocho campamentos –que se conservan hasta nuestros días– se establecieron alrededor de la fortaleza para planificar un ataque que llevó siete meses de trabajo en que los enemigos se veían todos los días y podían incluso dialogar entre sí a los gritos. La única forma de llegar hasta los bordes de Masada era construyendo una rampa de piedras, cuyos restos también se pueden observar aún hoy. Los zelotes, por supuesto, se dedicaron a hostigar a los constructores, pero los romanos construyeron una torre recubierta de hierro desde la cual arrojaban flechas, dardos y piedras, impidiéndole al enemigo siquiera asomar la cabeza. Finalmente pudieron transportar hasta el borde de la muralla un ariete, que era una maquinaria militar con una viga muy pesada suspendida de una estructura base con una serie de sogas. En un extremo el ariete tenía un carnero de hierro con el que golpeaban las murallas. Pero los zelotes sabían lo que les esperaba y construyeron detrás de la muralla de piedra otra con madera y tierra que resultaba flexible y no se rompía con los embates del ariete. Los romanos decidieron entonces prenderle fuego a la segunda muralla con unas antorchas, pero un viento providencial les devolvió el fuego hacia ellos amenazando incluso con quemarles las armas. Hasta que la “providencia” cambió de bando y comenzó a soplar hacia la fortaleza.

Todo estaba perdido y los judíos sabían muy bien que les esperaban la tortura, la muerte, la violación de sus mujeres y la esclavitud. Entonces Eleazar Ben Yair citó a todos y los animó con un célebre discurso donde planteaba que “las manos propias serían más piadosas que las del enemigo”, y los arengó a “conservar nuestra libertad como un ejemplar monumento funerario”, según el testimonio recogido por Josefo. “Primero destruyan nuestro dinero y la fortaleza por medio del fuego..., no conservemos nada, salvo las provisiones, pues ellas darán testimonio de que no fuimos vencidos por falta de cosas necesarias, sino que, de acuerdo con nuestra resolución, hemos preferido la muerte antes que la esclavitud.” Los maridos abrazaron con ternura a sus esposas, “les dieron los besos de despedida más largos a sus hijos” y no hubo uno solo de estos hombres que sintiera escrúpulos de cumplir su parte en esta temible ejecución, y cada uno mató a sus parientes más queridos”. Entonces escogieron a diez hombres por sorteo para que mataran al resto, y entre ellos fue sorteado uno más que terminaría de matar a los últimos, “y aquel que quedó último miró a todos por si acaso alguno de los sacrificados necesitara ayuda”, prendió fuego la ciudadela y, con la gran fuerza de su mano se traspasó completamente con la espada y cayó muerto junto a su propia familia.

Cuando los romanos ingresaron a la fortaleza, listos para combatir, no encontraban al enemigo por ningún lado. Hasta que dieron un grito y –siempre según el relato de Josefo–, salieron a la luz dos ancianas con cinco niños que se habían ocultado en unas cuevas subterráneas y les contaron lo sucedido a los romanos, quienes se sintieron consternados e incluso conmovidos cuando dieron con la multitud de muertos que no pudieron matar.

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