Tavo, oriundo de Curuzú Cuatiá, Corrientes, tenía 33 años y hacía 13 que trabaja en la Prefectura, donde se desempeña como suboficial. El último en verlo fue su prometido, el sábado pasado a las 20.20, en el departamento que compartían cerca de San Martín y avenida Córdoba, en Retiro. El prefecto ya se había arreglado para ir a la fiesta. Colgó su saco preferido, de pana, en el recibidor mientras sacaba de la heladera las bebidas que debía llevar a la reunión. “¿Te acerco?”, preguntó Gabriel Gersbach, que iba a salir en su taxi. “No, yo me arreglo”, contestó.

Como no llegó a la reunión en Parque Centenario ni respondió su celular, los amigos llamaron al novio, quien volvió al departamento. Estaba cerrado con llave y el saco de pana seguía ahí. Solo faltaba una campera de lana beige. Además de las luces, la tele que se había comprado ese día estaba prendida. Las bebidas estaban nuevamente en la heladera. “Parecía que se hubiera ido al kiosco”, declaró Gersbach. Al otro día, su pareja y sus familiares se acercaron a la comisaría 15ª para hacer la denuncia.