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Opinión, por Paola Bianco
La inesperada salida de Gran Bretaña de la Unión Europea –Brexit– marca un punto de inflexión y el inicio de una nueva era posglobalización. No solo el mundo de fronteras abiertas al capital que quedó delimitado con la caída del Muro de Berlín encuentra un límite en el Brexit, sino todo el orden de posguerra que se edificó en la integración europea y en la superestructura de los organismos internacionales.
Dos son las tendencias que explican la decisión del pueblo inglés y, a la par, del orden que asoma. La primera se deduce del voto pro Brexit, mayoritariamente expresado por sectores obreros e industriales del noreste de Inglaterra –y también de Gales– que polarizó con el votante de las grandes ciudades, como Londres, y con el de Irlanda del Norte y Escocia, donde ganó la permanencia en la Unión Europea.
El detonante del Brexit es sin duda la inmigración masiva hacia Europa. Pero la xenofobia manifiesta la ruptura de un consenso –nacional– y, a la vez de un orden –liberal–, que desde la globalización no incluye ni a extranjeros ni a nacionales. El terrorismo en Europa es otro síntoma del quiebre de este orden que aseguró la paz en el continente, ya que los ataques perpetrados en Francia y Bélgica fueron cometidos por ciudadanos de esos países.
Esta corriente aislacionista, nacionalista –que incluye expresiones fascistas– y proteccionista que lidera Inglaterra rechaza la pertenencia a un bloque que no ha sido otra cosa que un espacio funcional a la hiperconcentración económica liderado por Alemania y gestionado por la troika –triunvirato conformado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional–, que excluye a amplios sectores no sólo en la periferia sino en el centro mismo de Europa. La paradoja es que la ruptura de la UE no se haya producido por la salida de Grecia o España, terriblemente afectados por las políticas neoliberales de la troika.
Donald Trump, un outsider que plantea el retorno al aislacionismo de Estados Unidos y también expresa la xenofobia, es otro emergente de una crisis de representación que se produce a partir de los límites que plantea la globalización al consenso edificado en las libertades económicas, el “american dream” –la movilidad social ascendente se interrumpió con la crisis financiera de 2008–.
¿Cómo podemos pensar la era posglobalización? La posibilidad de que Trump sea presidente toma cada vez más cuerpo. A la par, la tendencia al proteccionismo crece con el Brexit y si Trump llega a la Casa Blanca se acentuará mucho más, ya que rechaza los tratados de libre comercio en línea con amplios sectores obreros e industriales norteamericanos que se ven amenazados por las desregulaciones que promueven, por ejemplo, el Tratado Trasatlántico con la UE y el Tratado Transpacífico, que incluye a países de América latina.
Sudamérica, que transita una restauración conservadora, se mantiene al margen de estas tendencias. Tanto en Argentina como en Brasil los gobiernos plantean una vuelta al mundo de la globalización. Pero, justamente, el regreso de Occidente al proteccionismo obliga a nuestros países a rediseñar las estrategias de inserción en este eje. Es imposible seguir pensando el crecimiento a partir de la inversión extranjera –que por otra parte es sólo especulativa, por lo menos la de los capitales occidentales–, en un mundo que tiende al proteccionismo.
Es probable también que se produzcan más salidas de la UE, por contagio, y que cobren fuerza procesos independentistas como el de los vascos y catalanes o como el de Escocia.
Pero si el sujeto que vehiculiza estas transformaciones son los trabajadores, también podemos pensar en una alternativa al neoliberalismo. Quizás el Brexit sea una reafirmación de la soberanía, ejercida por este sujeto en un inesperado resurgimiento que cristalizó en este histórico referendo.
Analista internacional-Flacso.
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