15:25 › OPINION
Por Martín Granovsky
Promover, auspiciar o firmar solicitadas es parte de la política. Desentrañarlas también.
La solicitada publicada ayer en La Nación pidiendo la destitución del juez Daniel Rafecas por presunto mal desempeño no tiene precedentes.
El carácter inédito puede significar que para los firmantes Rafecas es peor juez que, por ejemplo, Juan José Galeano, el magistrado de la causa AMIA desplazado en 2005 y bajo juicio por peculado y falso testimonio, entre otros cargos. Galeano es el mismo juez que no llegó a ningún resultado en su pesquisa por el atentado de 1994. Sin embargo, en todo momento tuvo el apoyo político de los dirigencias de la DAIA y el respaldo de la comunidad de inteligencia.
También una causa del carácter inédito puede ser la búsqueda de la novedad. Quizás la mayoría de los firmantes tienen reserva sobre Galeano, o sobre Norberto Oyarbide para hablar de otro famoso juez federal ya retirado, pero nunca pensó que Oyarbide o Galeano merecían una solicitada contundente.
El texto de la solicitada saca a la luz un tema (el acuerdo del Estado argentino con Irán) y asocia a Rafecas con dos personas: la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el ex canciller Héctor Timerman.
Rafecas, obviamente, no fue quien promulgó la ratificación parlamentaria del acuerdo. Lo hizo la ex titular del Poder Ejecutivo.
Tampoco Rafecas impulsó el acuerdo con Irán que diseñaba un complejo mecanismo para buscar e interrogar a funcionarios o ex funcionarios iraníes en relación con el atentado a la AMIA. También ese impulso le correspondió al Poder Ejecutivo.
Sobre aquel pacto abundan las opiniones a favor y en contra. A favor decía la ex presidenta y argumentaban sus funcionarios que destrabaría un proceso judicial endiabladamente obturado. En contra sostuvieron sus críticos que la Argentina no debía negociar con Irán, que en verdad el acuerdo ocultaba un pacto espurio para que los perseguidos por Interpol nunca fuesen juzgados, que la transferencia de tecnología nuclear estaba detrás del arreglo, que campeaba la sombra diabólica de Hugo Chávez y que en el fondo el objetivo era vender más trigo.
Ninguno de los argumentos en contra fue probado jamás. Y tampoco los argumentos a favor, porque sencillamente ese pacto era inútil y absolutamente inviable. Tal como quedó confirmado en los hechos, Irán jamás avanzaría. Por eso en 2004 Néstor Kirchner rechazó un proyecto de pedir la realización de un juicio a los iraníes en un tercer país que no fuese ni la Argentina ni Irán. Le parecía, con razón, un objetivo de cumplimiento imposible. Y si era imposible, fue su análisis, ¿para qué meterse y pagar costos?
En su fallo sobre la denuncia del fiscal Alberto Nisman, Rafecas se abstuvo de opinar sobre la razonabilidad política del acuerdo. Simplemente argumentó que en la denuncia no había elementos suficientes como para abrir una investigación por supuesto encubrimiento contra Cristina Fernández de Kirchner y Héctor Timerman. Dijo, entre otras cosas, que la Argentina no había pedido en Interpol la caída de las alertas rojas con el reclamo de la detención prioritaria y que, encima, el pacto con Irán nunca había entrado en vigencia. ¿Existiría, entonces, un delito de encubrimiento mayúsculo en grado de tentativa? ¿Había en la denuncia hechos para investigar? Debate para especialistas. Entretanto, y con todo respeto por algunos respetables firmantes de la solicitada, la elección de Rafecas como el peor juez de la historia se parece mucho a la selección de Milagro Sala como el modelo de dirigente social a destruir. La diferencia es que con Milagro Sala comenzó a funcionar un mecanismo de estado de excepción y Rafecas está en la primera etapa, la del blanco elegido.
Rafecas es, además, el juez que ordenó como nadie desde el Juicio a las Juntas de 1985 la causa del Primer Cuerpo de Ejército y el investigador serio que escribió uno de los pocos ensayos en castellano sobre la solución final de los nazis. Se trata de uno de los magistrados que no formó parte de la promiscuidad entre servicios de inteligencia y operadores judiciales –los mismos que siguen hoy en actividad, de Javier Fernández a Antonio Stiuso pasando por Darío Richarte– a los que el kirchnerismo apostó equivocadamente hasta sufrir esa promiscuidad en carne propia cuando su poder menguaba. Tal vez también por ese motivo se haya convertido en un blanco: si no forma parte de alguna cadena de la felicidad no está en el mercado, y la gente que se ubica fuera del mercado desconcierta a los brokers de Tribunales.
En cuanto al proyecto de pacto con Irán, no hace falta judicializarlo de nuevo para generar daño político. A casi un año de las elecciones es tiempo de plantear algunas hipótesis para el debate. Quizás tanto el pacto como sus consecuencias hayan sido ya suficientemente dañinos para el peronismo y el kirchnerismo. Quizás el arreglo y sus derivados, como la polarizada discusión en el Congreso en 2013 y el revoleo de operaciones y contraoperaciones que de ahí en adelante enrarecieron el clima político en medio de problemas económicos, hayan contribuido entre muchos otros factores al desgaste del antiguo oficialismo y al triunfo de Mauricio Macri.
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