Sus grandes ojos verdes miran a cámara, como si preguntaran por qué. Sharbat Gula tenía 12 años en 1985 cuando el fotógrafo estadounidense Steve McCurry la encontró en un campo de refugiados afganos en Peshawar. Su país se hallaba bajo ocupación soviética, su velo rojo estaba roído, roto, y su infancia también. La imagen de la niña, una de las portadas más conocidas de la historia de la revista National Greographic, se convirtió en un ícono de la fotografía contemporánea. De la historia contemporánea. Ella nunca lo supo.
Sharbat Gula todavía no sabe, incluso hoy a los 44 años, que su rostro fue símbolo de los refugiados en el mundo. Apenas pudo sospecharlo cuando volvió a ser tapa de la National Geographic en 2002, después de que la reencontrara el fotógrafo. Hasta ese momento ella había tenido una vida dura, como cualquier otro refugiado. Después, también. Nunca obtuvo ninguna ayuda o beneficio y ni una migaja del prestigio que adquirieron la revista y el fotógrafo. Ahora vuelve a los medios de comunicación de la mano de cierto morbo porque fue detenida ayer en Pakistán por posesión ilegal de documentos paquistaníes, una acusación por la que podrían darle hasta 14 años de cárcel.
Sigue en problemas. "Se suponía que después de ser redescubierta por National Geographic debería haber tenido ayuda y hallarse en una mejor situación económica, pero no fue así. Su marido murió y tiene que ganar el sustento para sus cuatro hijos", escribió en su cuenta de Facebook el embajador de Afganistán en Islamabad, Omar Zakhilwal, y anunció que su país contrató abogados para defenderla. El fotógrafo, también en su muro, informó que se puso en contacto con un "destacado abogado de derechos humanos". Ella sigue presa, ajena a los comentarios de apoyo en las redes sociales, y a las redes sociales, y a una vida digna.
"Ella ha sido el símbolo de los refugiados durante décadas y ahora se ha convertido en la cara de los migrantes no deseados. Como viuda, luchó para criar a sus cuatro hijos sola y es una de los millones de valientes, hombres y mujeres, que soportan cualquier dolor y dificultad para proteger los más preciado, sus hijos", se siguió lamentando el fotógrafo en Facebook, que además instó a la comunidad internacional "para hablar en su nombre y en el de millones que simplemente necesitan un lugar para vivir sin miedo".
Según trascendió, Gula estaba tratando de vender su casa en Pakistán para volver a Afganistán ante la presión del gobierno paquistaní para que los cerca de tres millones de refugiados afganos se vayan del país. En su foto más actual, la de su detención, se la ve también mirando a cámara, con la misma interrogación en sus ojos verdes, pero que ahora están cansados, enmarcados por ojeras. Su cara está enflaquecida, su expresión es dura. Su velo rosa, su vestido negro, cubren pero no disimulan, su postura corporal roída, rota, como su juventud olvidada.