UNIVERSIDAD › ENTREVISTA CON EL ACADéMICO CHILENO MIGUEL ROJAS-MIX
Con la constante fuga de graduados universitarios, Latinoamérica financia el desarrollo de los Estados con más recursos, advierte Rojas-Mix, quien también plantea la necesidad de integrar a las universidades de la región a partir de su identidad común.
› Por Julián Bruschtein
“En Haití el 84 por ciento de los profesionales formados por la universidad se van a trabajar afuera. Y son profesionales cuya formación ha pagado el país más pobre de América, lo que quiere decir que se está subvencionando a los países ricos con materia gris.” La preocupación por la búsqueda de una identidad regional y por la emigración de profesionales está en la agenda académica latinoamericana, según explicó el chileno Miguel Angel Rojas-Mix, doctor en Filosofía, quien disertó en la Conferencia Regional de Educación Superior realizada durante la semana pasada en Colombia.
–¿Es posible que las universidades latinoamericanas busquen una identidad común?
–Si miramos lo que está ocurriendo en el resto del planeta, nos vamos encontrando con redes de universidades cada vez más grandes. Hay que reconocer esta identidad latinoamericana teniendo en cuenta las diferencias para comenzar por los puntos mínimos de contacto. El idioma es uno de ellos, quizás el más importante. Partimos de que aquí existe este capital enorme, que es la identidad cultural que Europa no tiene y esto es una gran ventaja. Aunque tengamos un fuerte retraso en cuanto a la integración económica, comercial y política que está llevando adelante en Europa, evidentemente la pata que les falta a ellos está en la cultura, porque los países europeos siguen apegados a su cultura y a su lengua. La singularidad latinoamericana está basada en cuáles son nuestros problemas comunes. Así vamos definiendo la singularidad: en mi libro América imaginaria, uno de los ejemplos que expongo es que cuando los españoles llegan a América ven un puma y lo llaman “león”. Pero cuando se dan cuenta de que no tiene melena dicen que es un “león degenerado”, cuando ven una llama la nombran “camello”, pero como no tiene joroba le dicen “camello degenerado”. El concepto de desvalorización de América viene a menudo de una falsa comparación, por eso es que lo singular es una de las primeras cosas sobre las que hay que detenerse.
–¿Cuáles serían las características de esta identidad que deberían atender las universidades?
–En gran parte el compromiso social, porque tenemos un retardo social y porque implica para las universidades reconocer realidades que hasta ahora no habíamos reconocido, por ejemplo la entrada en escena a la vida política de los pueblos indígenas en el mundo andino. Esto tiene la implicancia necesaria de pensar en entidades académicas interculturales, porque la aparición de nuevos conceptos de integración, como lo ha planteado (el presidente venezolano, Hugo) Chávez, lo que yo llamo el neobolivarismo y el indigenismo andino, son dos grandes tendencias que se han dado en América latina y que efectivamente nos llevan a repensar. Simón Bolívar planteó la integración cultural a través de la lengua. Chávez plantea hoy la integración energética y económica, aunque no fue el primero porque en su época Juan Bautista Alberdi planteaba que el ferrocarril iba a unir más a América que todos los discursos de identidad conocidos en esa época. Todo esto forma parte de la identidad; también cuando se habla de América latina y el Caribe, no sólo se habla del Caribe latino, sino también del Caribe multilingüe, como Jamaica o Belice, porque aunque en este caso no tengamos la misma lengua, nos unen la música, la pobreza, los problemas sociales, nos unen las responsabilidades que uno tiene que asumir.
–Pero además hace falta una integración administrativa...
–Por supuesto, primero tenemos que establecer lo que es nuestra singularidad académica y a partir de eso hacer una declaración: cuáles son nuestras urgencias. Pero en lo que se refiere a la parte instrumental, el sistema de créditos, el de grado y posgrados, etc. En ese sentido tenemos que tener una visión más o menos universal para abrirles a nuestros diplomados espacios para que sean reconocidos sus títulos.
–La “fuga de cerebros” de los países periféricos hacia el primer mundo es una constante. ¿Cómo puede abordarse?
–Este tema es mucho más complejo de evitar de lo que parece. Por ejemplo, en Haití el 84 por ciento de los profesionales formados por la universidad se van a trabajar afuera. Y son profesionales cuya formación ha pagado el país más pobre de América, esto quiere decir que un país pobre está subvencionando a los países ricos con materia gris. Por eso hay que dar un salto muy importante hacia adelante para retener a nuestros profesionales. Hoy en día empieza a haber en Europa una carencia de generaciones jóvenes universitarias que ocupen puestos profesionales, y por eso tiende a recuperar de España y América latina esos profesionales que les hacen falta. En EE.UU. hay una situación parecida, porque allí hay una cooptación de profesionales que vienen de la periferia enorme: hay más médicos de Ghana en EE.UU. que en el continente del que provienen, y Africa sí que necesita médicos. No sólo por la mejor oferta económica, sino que las políticas migratorias lanzadas por la Unión Europea apuntan directamente a drenar la materia gris de América latina. La llamada tarjeta azul es una especie de status privilegiado del inmigrante para que pueda ejercer como profesional, entonces no se cierra la frontera al inmigrante pero sí se selecciona. Para que esto no suceda hace falta una fuerte intervención política por parte de los Estados y reforzar el compromiso social de los profesionales.
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