UNIVERSIDAD › OPINION
› Por Norma Giarracca *
Cada comienzo de segundo cuatrimestre universitario, el debate de si acatar los paros docentes, darles otras formas de protesta, discutir las demandas y contenidos más allá de los gremios recorren muchos ruidosos, pequeños y mal ventilados salones de clases de la Facultad de Ciencias Sociales y, me imagino, de todas las universidades del país. Muchos sentimos cierto hastío por no reconocer cambios a pesar de esta repetida acción gremial. ¿Por qué? ¿Cuáles son las razones por las cuales las condiciones de la enseñanza, la investigación y el resto de las tareas académicas están desfinanciadas por el Estado, ignoradas por las autoridades y subestimadas por gran parte del claustro de profesores? ¿Por qué, en el momento dorado de la “ciencia que avanza que es una barbaridad”, las aulas universitarias son inseguras; los subsidios de las agencias nacionales como Conicet y Foncyt fueron devorados por la inflación (real) y los de la UBA “están por verse”, dejando al conjunto de investigadores diez meses sin un peso para sus tareas; por qué los salarios están rezagados, los becarios precarizados, los estudiantes maltratados? ¿Por qué los profesores y científicos no protestan por estas condiciones y “aceptan” el rezago salarial?
Me consta que la presidenta Cristina Fernández, hace poco en una reunión científica, le recordó al ministro Lino Barañao no olvidarse de la universidad pública. Entonces, ¿por qué los ministros Barañao y Tedesco se “olvidan”, miran para otro lado o, peor aún, dicen, como dijo el ministro científico en un programa radial, que el sistema no necesita más dinero que el que le da el Estado, pues no sabría dónde invertirlo?
En una clase pública (más bien un “taller”), este miércoles logramos reunirnos estudiantes y tesistas de posgrado de varias disciplinas, profesores, investigadores de distintas generaciones, experiencias y disciplinas científicas en el hall del edificio de Uriburu 950, el viejo edificio Telémaco Sussini. Abrimos el taller con algunos datos que nos ubicaron como país en posiciones muy por debajo no sólo de Alemania o EE.UU., sino también de México, Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay en materia de gasto público universitario; relación con el PBI, etc. Las condiciones nunca fueron buenas, con el crecimiento “a tasas chinas” tampoco lo son, pero también se propuso pensar qué pasa dentro del espacio mismo y, en tal sentido, los investigadores, desde distintas experiencias, fueron reflexivamente críticos en relación con todos estos años de universidad colonizada por corporaciones profesionales (además de las económicas), facciones, partidos políticos, etc. También contamos con la reflexión acerca de un espacio estatal de tecnologías donde un cambio interesante se está produciendo.
Pero tal vez lo más interesante del encuentro fue la confluencia de estudiantes (de grado y posgrado) de Ciencias Sociales, Física y Agronomía. Se plantearon más preguntas que respuestas. Lo importante fue que este encuentro interdisciplinario e interclaustro habilitó reforzar las dudas comunes, pero también generar interrogantes que nos descentran del presupuesto. “¿Qué es la ciencia hoy”; “¿a qué intereses responden la ciencias de la salud?”; “¿por qué es hoy significativo recordar el debate Oscar Varsavsky–Gregorio Klimovsky?”; “¿quién decide las líneas de investigación para las ciencias agrarias?”; “¿se podrán `descolonizar’ de la lógica neoliberal la universidad y la ciencia?”; “¿cómo salir de la evaluación cuenta-papers?”, y muchas más.
Los estudiantes de Física van a seguir pensando estas cosas durante este fin de semana en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA. Los cientistas sociales sabemos que nuestro papel es “incomodar” y algunos nos lo tomamos en serio. El debate sigue y eso es lo importante y necesario. El debate público debe ser el principal significado de “parar” el acto universitario por excelencia: la actividad docente. Alguien, un documentalista, pasó, vio debate y entró a escuchar y a conectarse con nuestra problemática. Tal vez sea otra forma para hacernos escuchar por quienes tienen que constituirse en aliados. Se trata de “incomodar” a los poderes constituidos y no molestar al vecindario.
* Profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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