UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Norma Giarracca *
Los días previos al 9º Encuentro de Asambleas Ciudadanas (UAC) en San Juan hubo un foro de discusión en la Universidad Nacional de San Juan, con personalidades de la talla ética del Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel y la presidenta de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Nora Cortiñas. El hall de entrada de la universidad fue por un día un espacio autónomo de los intereses económicos que dominan la provincia del gobernador Gioja, enraizados en la actividad minera y, sobre todo, en la empresa Barrick Gold. Durante el segundo día estaba programada una gran marcha que comenzaría en la Plaza 25 de Mayo. Sin embargo, desde temprano, camionetas ostentosas que cargaban carteles en apoyo a la actividad minera –aludiendo, como siempre, a la promesa de “desarrollo”, “trabajo” y “prosperidad”– comenzaron a dar vueltas con fuertes bocinazos para tapar las incipientes voces de quienes acudían a la cita de la UAC. Luego llegaron los autobuses cargados de obreros con cascos amarillos que supuestamente venían a defender su fuente laboral. El clima se espesaba por el tono prepotente de quienes se sabían respaldados no sólo por el gran poder económico, sino por el político.
Todos los que habían llegado desde pueblos cordilleranos, patagónicos, la Puna norteña, Tucumán, Salta, Buenos Aires, etc., se desplazaron a los bordes de la plaza para intentar seguir con el acto previsto. Un auto viejo y destartalado, con altoparlantes pueblerinos, comenzó a transmitir los diversos sentidos de la UAC: el agua vale más que el oro; no al saqueo, no a la contaminación; los cerros y los glaciares no se tocan. Tuvo su efecto: los “mineros” pararon por un segundo y los sanjuaninos comenzaron a detenerse, a recoger volantes y realizar gestos cómplices con los asambleístas. Por eso, cuando las camionetas y la gente de los cascos amarillos comenzaron nuevamente el bullicio, Pérez Esquivel tomó el micrófono y recordó el sentido del encuentro. Habló de desarrollo sin explotación ni saqueo, de la importancia del agua, reforzó un sentido respetuoso y “convivencial” del trabajo con los bienes comunes. Casi al finalizar su intervención, volvieron a gritar y Pérez Esquivel les respondió: “Aunque toquen bocinas no me van a callar”. Y en ese preciso momento sucedió un hecho digno de reflexión, aquello que muestra el gran potencial político de la acción colectiva no violenta, testimonial: dos mineros cruzaron la calle para saludar afectuosamente al visitante y sacarse fotos con él. Cruzaron la calle, lo saludaron, se sacaron las fotos y luego comenzaron a hablar con los asambleístas. Por supuesto que volvieron al otro lado de la vereda, pero seguramente no ya del mismo modo.
¿La población sanjuanina está convencida del discurso de “desarrollo y trabajo” que instala la empresa con su aparato propagandístico? ¿No conviven la necesidad de trabajo e ingresos con la necesidad ineludible de una vida digna y sana? Todas las poblaciones cordilleranas sienten apego a sus terruños, sus montañas y un fuerte orgullo por los viñedos y el buen vino (que se acaba con la minería, no hay agua para ambas actividades). Por eso muchos expresan su malestar; algunos integran asambleas, gremios o partidos opositores; otros dependen del trabajo de estas empresas o del estado provincial y callan. ¿Quiénes son los responsables? Sin duda las clases dirigentes, en especial las gubernamentales. Los sectores políticos, científicos, mediáticos dirigenciales, son la “causa y consecuencia” de lo que el sociólogo peruano Aníbal Quijano denomina “colonialidad del poder y del saber”; es decir, un sistema cuya lógica de dominio es colonial, la presencia en el territorio conquistado de una autoridad externa que trae aquello –“escritura”, “evangelio”, “desarrollo”, “tecnologías” o “modos de conocimiento”– que se “brinda al nativo para su bien”. Desde hace casi 200 años ya no son personas e instituciones instaladas en los territorios, se fueron perfeccionando otras formas de control y dominación a distancia, las poblaciones nativas internalizaron la superioridad del externo y la jerarquización étnica, social, económica, de género. Y la autoridad local representa sus intereses con el drama que significa esto en democracia.
Pero las poblaciones resisten; en el espacio público asambleario, en la vida cotidiana, en ese guiño de complicidad a la marcha de la UAC y en ese cruce de los mineros para abrazar a quien representa otros valores. El cruce hacia ese hombre, que nos conecta con la recuperación de la memoria del horror pero nos proyecta a las luchas de hoy, simboliza una resistencia cultural de quienes tenían que mostrarse convencidos del discurso “del amo”. Nuestro Nobel de la Paz, las asambleas, las Madres y todos los que estaban allí simbolizan parte de aquello que nos permite mantener cierta dignidad y una “digna rabia” frente a estos escandalosos dispositivos económicos con los que se coloniza el poder, el saber y se secuestra la vida.
* Investigadora del Instituto Gino Germani (Ciencias Sociales-UBA).
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