UNIVERSIDAD › OPINION
› Por Walter Mignolo *
Los sucesos desarrollados alrededor de las investigaciones de Andrés Carrasco sobre el herbicida empleado en la siembra y cultivo de la soja son un eslabón de una larga cadena y una creciente tendencia de varias caras que miran en la misma dirección. Las investigaciones de Carrasco ponen de relieve un principio general de la economía llamada capitalista. En ella, todo se somete al aumento de producción y de las ganancias, no importa quién caiga. Como el fin son las ganancias, el fin justifica los medios. Esto fue así desde el comienzo histórico del capitalismo en el siglo XVI, cuando la trata de esclavos hizo que las vidas humanas fueran desechables en pos de la producción, la acumulación y las ganancias.
Ese principio se ha generalizado de tal manera que, curiosamente, el director del departamento de estudios de las religiones en la Universidad de Columbia, Mark Taylor, publicó un artículo hace un par de semanas en el New York Times, titulado “El fin de la universidad como la conocimos”. Compara la universidad actual con el colapso de Wall Street y de la industria automotriz en Detroit: sistemas ya fuera de funcionamiento que necesitan remozamiento y regulación. La universidad –argumenta– necesita remozamiento y regulación. Uno de los lastres que carga es haberse convertido en centros de investigación y docencia alejados de los problemas actuales de la sociedad. Hasta ahí estamos de acuerdo. El filósofo jamaiquino Lewis Gordon adelantó argumentos semejantes hace un tiempo describiendo esta situación como una “decadencia disciplinaria”, que pone la ortodoxia del método en primer lugar y los problemas en segundo. El método precede y supera al problema.
¿Qué propone Taylor? Plantea que en vez de la organización actual en departamentos disciplinarios se organicen unidades de investigación en torno de problemas urgentes. El problema del agua, por ejemplo. Ahora bien, como la describe Taylor, la investigación creativa en torno del problema del agua estará guiada por dos tipos de intereses. Una vertiente es la de las corporaciones que ya hicieron del agua una mercancía. La investigación en esta orientación tendrá primero el ojo puesto en las ganancias, en cómo se puede hacer más dinero con la comercialización del agua. Usará la retórica del progreso y el desarrollo sustentable, sin duda. Otra vertiente es la que defiende Vandana Shiva en su libro Las guerras del agua: investigaciones creativas para revelar los subterfugios de las corporaciones interesadas en las ganancias y la mercantilización del agua, no en la vida. La mercancía-agua viene primero, después se verá cuántos la pueden comprar y cuánto adelantan los inversores de Bolsa para incrementar el precio del agua a futuro.
La visión de la universidad futura que propone Taylor coincide con el enunciado de una circular lanzada por los organizadores del Foro Universitario Mundial que se hará en Davos en 2010: “Una de las paradojas de nuestro tiempo es que el pensamiento más creativo proviene más de las empresas, los políticos y los líderes sociales que de la academia. El Foro Universitario Mundial se ha creado en la creencia de que hay una necesidad urgente para los académicos de conectarse más directa y arriesgadamente con las cuestiones fundamentales de nuestro tiempo. De la misma manera en que el Foro Económico Mundial se ha forjado un rol de liderazgo global para los políticos, los empresarios y los líderes sociales”. En este párrafo se asume que hay un solo tipo de creatividad, la creatividad positiva para el desarrollo. No se tiene en cuenta, por cierto, la creatividad investigativa que pone de relieve lo que la investigación positiva oculta (como los casos de Andrés Carrasco o Vandana Shiva). La filosofía que subyace en la organización del Foro Universitario Mundial es la creatividad para el desarrollo. La misma creatividad que desembocó en el derrumbe de Wall Street.
Lo que necesitamos es otro tipo de creatividad: respuestas como las que ha dado la comunidad académica en Argentina ante el “affaire Carrasco”. Oponerse al proyecto de Davos es sólo una parte y quizá mínima del problema en vista a la tarea de construir futuros globales comunales, no capitalistas. Es necesario trabajar creativamente en opciones descoloniales (en vez de reproducir y remozar las opciones desarrollistas) del saber y la investigación, con miras a la creación de futuros globales comunales (ya no la universalidad capitalista ni la comunista, hermanas gemelas de la Ilustración). La ecuación desarrollo/libertad es cada vez menos evidente. Tal creatividad tendrá que comenzar a partir de horizontes en los que ya no será posible por puro sentido común ni aun para los propios terratenientes argentinos ni para la propia Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, aceptar acciones devastadoras como las de Monsanto y corporaciones semejantes. Los organizadores del Foro en Davos tendrán que advertir que están azuzando el fuego de una carrera hacia la devastación. El problema ya no es declararse anticapitalista. El problema es de vida o muerte si el capitalismo se reconstruye después de su propio intento fallido de suicidio. El problema fundamental del capitalismo es haber generado sujetos moldeados por el éxito y el éxito por las ganancias, y la felicidad por la posesión de objetos. Subjetividades de muerte bajo la convicción (o la mala fe) de ser generadores de vida y de bienestar.
* Director del Centro de Estudios Globales y Humanidades de la Universidad de Duke (EE.UU.).
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