Vie 19.03.2010

UNIVERSIDAD  › OPINION

En el corazón del imperio

› Por Fabio Nigra *

Entre el 27 y el 30 de enero, mi casilla de mail se llenó de mensajes enviados y reenviados: “Murió Howard Zinn” decían los encabezados. Conocí los textos de Zinn a mediados de la década de 1990, gracias a la Cátedra de Historia de los Estados Unidos de América, y se convirtió (junto a Montgomery y Franklin) en uno de los historiadores de ese país que más me entusiasmaron; por eso la noticia fue un duro golpe. “Uno menos de los buenos”, pensé. La investigación y escritura de la Historia, tanto allí como aquí, tiene personajes que buscan sólo perpetuarse en la academia, y también aquellos que son consecuentes con su manera de entender al mundo. Los primeros pueden bien esconderse tras sólidos aparatos institucionales, o bien hacer cualquier cosa con tal de hablar en la tele, la radio o publicar en diarios o revistas. Lo que los unifica es que su manera de pensar la realidad puede adaptarse con facilidad a las condiciones hegemónicas.

Destaco esto porque Zinn era exactamente lo contrario. Logró escribir libros de Historia absolutamente serios y sólidos, ser enormemente popular (su libro La Otra Historia de Estados Unidos es el quinto más vendido en Amazon y ha permanecido como mínimo tres años entre los 100 más pedidos) y mantuvo su postura crítica al establishment norteamericano, lo que le valió despidos laborales y persecuciones ideológicas. Y además, con un gran sentido del humor. Uno de los textos con el que más me reí –en términos académicos, claro– se llama Dónde buscar un comunista, en el que revuelve sus archivos sobre el FBI (“ellos tienen archivos sobre mí; yo tengo sobre ellos”, dice) para encontrar un folleto editado por esa agencia en donde en un conjunto de preguntas, una más tonta que la otra, se pretende lograr el estado de sospecha y delación típicos del macartismo.

Por supuesto, él era comunista, o más bien marxista. Y a contramano de tantos (allí y aquí) que se consideran los sacerdotes exégetas de las santas escrituras de Marx, Zinn exponía la historia de su país desde los de abajo, las minorías, los olvidados. No necesitaba citar textualmente extractos de El Capital o La Lucha de Clases en Francia para ser un importante activista, por ejemplo, en contra de las guerras (Vietnam, Afganistán, Irak), lo que, obvio es decirlo, le valió nuevas persecuciones.

Zinn fue un exponente destacado de una serie de historiadores comprometidos con su pueblo, en particular en Estados Unidos. Es como si hubiera sido un historiador del Tercer Mundo inserto profundamente en el aparato académico norteamericano, poniendo en evidencia en forma sistemática las prácticas imperialistas, racistas y escasamente democráticas de su clase dominante, perspectiva ideológica que contradice claramente la visión hegemónica dentro de las grandes universidades estadounidenses.

Nosotros en la cátedra utilizamos capítulos de La otra historia... porque, aparte de ser muy diferentes a los textos usuales de historiadores estadounidenses, son muy buenos disparadores de problemas históricos raramente advertidos en la historiografía oficial. Donde seguramente no es popular su libro es en la embajada, lo que para nosotros resulta una verdadera alegría.

Valga este reconocimiento de nuestra parte a un hombre de la talla de Chomsky o de lo que sería localmente un Bayer, y con la esperanza de que otros sigan su camino.

* Doctor en Historia. Profesor adjunto de Historia de los Estados Unidos de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. El historiador y activista Howard Zinn falleció el pasado 27 de enero, a los 87 años.

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