Mar 28.09.2010

UNIVERSIDAD  › OPINIóN

Toma y daca

› Por Daniel Mundo *

Hace ya más de tres semanas que la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires está tomada. Como es de público conocimiento, no es la única institución que está viviendo esto. Tampoco es la primera toma que atravesamos en nuestra historia, y es cierto que los grandes cambios que hemos conseguido los hemos hecho a partir de tomas parecidas a ésta. Aunque ésta, para mí, abre un nuevo tipo de protesta al interior de la facultad. Sería largo caracterizar por qué la presente toma estudiantil es una novedad. Daré un solo motivo. Hasta ahora estas tomas de algún modo eran conjuntas, es decir que bien o mal eran tomas acompañadas por una buena parte de la comunidad de la facultad. En ésta, en cambio, se vive, o por lo menos es lo que uno respira, cierto aire de revancha, como si un abismo ahora separara a los docentes y a los graduados (que en buena parte son docentes) de los estudiantes, que se imaginan sometidos al poder discrecional de aquéllos.

Esto no significa que la toma no cuente con el apoyo de docentes y que otros, muchos, no sepan a ciencia cierta qué postura tomar o a cuál de todas las versiones que circulan creer. Quizá sea cierto, además, que una toma a un gobierno de derecha sea más “festejada” que una a un gobierno nac&pop, pero tengo la impresión de que una interpretación como ésta desconoce el núcleo de lo que se está disputando. Desde hace unos años percibo una distancia con los alumnos que muchas veces me hizo preguntarme si “ellos” podían entender lo que yo les trataba de decir. Achaqué la responsabilidad de esto a los años: me fui volviendo un señor grande y ellos siguen siendo los mismos jóvenes de siempre; por otro lado, cada tanto me asalta la duda por el sentido de lo que hago: dar clases. Hace tiempo que vengo sintiendo que la facultad no es mi “casa”, aunque esta sensación, por supuesto, no me agrada. Siento algo expulsivo. Pero esta toma que estamos viviendo me hizo pensar que quizá lo que se está poniendo en juego ahora no sólo se debe a la diferencia de edad. Quizá, pienso, esta violencia que se percibe en los pasillos de Ciencias Sociales sea la herencia del quiebre institucional que provocó la crisis del 2001, y ahora la vieja consigna “Que se vayan todos” nos ha tocado también a nosotros, que pensábamos pertenecer al otro lado de la barrera. Lo cierto es que el vínculo docente-estudiante está dañado y será tarea de todos reinventarlo. Lo que tenemos que volver a preguntarnos es qué horizonte deseamos construir y cómo hacerlo en común.

Se abre, también, otra interpretación. Hace unas semanas, una nota de Sandra Russo en este diario planteaba la crisis que sacude a ese grupo privilegiado que se cree y se autodenomina “progre”. La crisis proviene de que su discurso suena cada vez más hueco, para no decir más huero. ¿Ser “progre” es ser nac&pop o es no-serlo? ¿Ser “trosco” o “anarco” es ser “progre”? (a los progres les gusta entrecomillar con los dedos). Como siempre, la indiferencia colabora en la desestabilización. Las diferencias políticas podrían haber abierto un cisma entre los que hasta hace tres o cuatro años, hasta la denominada “crisis del campo”, podían sentirse amigos. ¿Será un proyecto de nación lo que se está jugando?

Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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