Mar 19.10.2010

UNIVERSIDAD  › OPINIóN

La universidad por venir

› Por Sergio Caletti *

Lo más visible de la ola de conflictos que asedió a la Universidad de Buenos Aires durante septiembre y más parece haber quedado atrás con el fin de la toma de la Facultad de Ciencias Sociales, el viernes 15, tal vez el más virulento de los episodios que, en distinta forma y medida, también afectaron a Filosofía y Letras, Ingeniería, Psicología, Arquitectura, Ciencias Exactas. Sería apresurado, empero, afirmar que los conflictos mismos han sido resueltos. Para que ello efectivamente suceda, la entera comunidad universitaria deberá trabajar con ahínco de ahora en adelante.

El primer problema que cabe ser puesto a examen es entender la conflictividad que se desató. Menudo problema. Pocas veces tan notable la distancia entre lo que se enuncia y lo que es capaz de dar cuenta de lo ocurrido. ¿Desfinanciamiento de la educación universitaria? Entre 2002 y 2010, el presupuesto de las universidades públicas se quintuplicó. ¿Crisis edilicia? Los 45 días de toma de Sociales finalizaron con la ratificación de los compromisos preexistentes para nueva obra y refacciones a las sedes actuales. ¿Profundizar “la lucha” hasta “el estudiantazo”? No hubo con qué ni para qué. Y así podría repasarse la lista entera.

Muchos fueron los ingredientes que participaron de este cóctel de primavera, agitado con irracionalidad por los dirigentes de la toma. Entre otros: una reivindicación legítima sentida por muchos (la sede de M. T. de Alvear está verdaderamente en malas condiciones), elementos de una mala herencia del 2001 (“que se vayan todos”), el delirio de quienes quisieron aprovechar la presencia de “dekanos K” para golpear al gobierno nacional, los intereses pequeños de algunos grupos políticos desplazados de otros espacios del escenario público, la preocupante despolitización de las mayorías estudiantiles “silenciosas”, la quiebra de un vínculo pedagógico elemental entre docentes y estudiantes que se ha venido produciendo día a día desde hace tiempo por nuestras fallas, las de docentes y autoridades, la mala imagen acumulada por la UBA desde hace muchos años como si efectivamente fuera una institución vetusta, aristocratizante, poco abierta a los cambios sociales y sus exigencias.

No todas las soluciones de estos factores están en exclusivas manos universitarias. Pero nos toca lo principal de la tarea. La UBA, por su peso y relevancia, debería estar a la cabeza de un vasto debate sobre el futuro de estas neurálgicas instituciones públicas. Sobre sus modos de vinculación y compromiso con los procesos sociales y no sólo con sus demandas productivas, sobre sus formas de gobierno y gestión, sobre sus formas de construir comunidad, de compartir espacios y renovar la política de sus claustros, en particular el estudiantil, deteriorado crecientemente desde los ’80, cuando el shuberoffismo instaló el clientelismo, la perversa lógica financiera de los apuntes y la distribución de prebendas para posponer los conflictos que ahora estallan.

Ayer, la Facultad de Ciencias Sociales retomó sus actividades regulares, interrumpidas el 31 de agosto. Sus autoridades debemos absorber los enormes daños académicos, institucionales y administrativos que esta interrupción innecesaria provocó y por la que todos seremos perjudicados por un largo tiempo. Pero, sobre todo, debemos avanzar en la dirección señalada. Ampliar los espacios de participación de todos los actores comprometidos con la vida universitaria común y hacer el máximo de los esfuerzos para que –hacia adentro– el respeto en la diversidad y –hacia afuera– el compromiso con la sociedad que nos sostiene sean algo más que artificios retóricos.

* Decano de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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