UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Daniel Mundo *
Hace décadas que Pierre Bourdieu denunció la lógica cortesana que gobierna la práctica intelectual en Francia (país tradicionalista si los hay). En el resto del mundo, la Argentina incluida, se terminó por imponer esta lógica, procesada por la maquinaria propia de la universidad norteamericana, última meca del saber prestigioso. Lo que tenemos, como todos los universitarios de las “ciencias humanas” saben, son carreras de grado larguísimas, acompasadas, si se tiene la esperanza de ingresar en el maratón académico, con la exigencia de alcanzar la meta del doctorado no mucho más allá de los treinta años. Artículos con referato que serán evaluados con taxonomías policiales. Ponencias en congresos internacionales cuya fecundidad de pensamiento se evaluará con métodos burocráticos. Manejo de una jerga cosmopolita que si da cuenta de algo es de un no pensamiento que bucea en la superficialidad. Desde hace décadas vienen brotando instituciones que intentan sofrenar esta avalancha de desarraigo. En los campos de las artes, las investigaciones sociales y literarias, la psicología, etc., encontramos escuelas, institutos, bibliotecas, que tratan de sustraerse a esta lógica impersonal que afecta a todas las instituciones del pensamiento en la sociedad de masas. Terminan creando su propia neolengua y abominando de las neolenguas rivales. El mejor final para estas discusiones no se dirime en la pantalla de TV discutiendo dos eminencias, una de las cuales, obsesiva, leyó todo de la otra, y la otra ni siquiera conocía los títulos de los dos últimos libros de su contrincante. Un final digno hubiera sido terminar a las cachetadas. En el espíritu del culto caben todas las contradicciones, por ello se termina invitando al “enemigo” a participar en la propia revista. Es un gesto digno y noble, pero llegó la hora de la infamia, de la tropelía y de lo incivilizado. ¿O todavía no nos dimos cuenta de que todo gesto de cultura encierra un sinfín de barbaridades? Dentro de poco tendremos que votar en la UBA. Las opciones no son las mismas, hay que elegir. Aunque no varíen en lo esencial, pues ninguna se propone desmantelar esta maquinaria desalmada que produce investigadores como si se tratara de una manufactura a comercializar en el mercado. No puede implementarse una política de los afectos cuando los afectos son una de esas pocas cosas que no deberían instrumentalizarse, aunque el capitalismo que habitamos ya lo haya hecho, y en la universidad se ve su resultado. La Casa del Saber es incapaz de hacernos desaprender lo que incorporamos desde pequeños. No hay manera de que nos haga ignorantes.
* Docente, Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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