UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Oscar González *
Apenas dos frases dan cuenta del pensamiento de Marx en su tumba: el célebre llamamiento del Manifiesto, “Proletarios de todos los países, uníos”, y la tesis XI sobre Feuerbach, “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Las dimensiones de la lucha y del pensamiento estaban unidas en el fundador del socialismo contemporáneo, como lo estuvieron también en las preocupaciones y el trabajo del intelectual militante Ernesto Laclau. Esa amalgama no fue, como algunos han querido, una adquisición tardía en el caso de Laclau. Desde el comienzo de su vida pública, las tareas académicas y la militancia política se integraron en un mismo cauce. Fue una marca personal, pero también un signo de identidad de las generaciones de militantes de los ‘60 y ‘70.
Laclau contribuyó muy tempranamente a proponer debates necesarios, no siempre resueltos y a menudo ni siquiera abiertos, en la gran casa de la izquierda argentina y latinoamericana, donde la vecindad no implica necesariamente una buena convivencia y, a veces, se da incluso lo contrario.
Su temprana adhesión a la izquierda nacional se convirtió en signo de una preocupación coherente y recurrente. A diferencia de otros representantes de esa corriente, su pensamiento se dirigió más al futuro que al pasado: no le preocupó tanto legitimar en la historia sus opiniones presentes sino buscar en la realidad las huellas de un futuro que continuaba y continúa abierto a los resultados de la construcción política y social. En este campo, Laclau fue un intelectual provocativo, que la emprendió contra algunas verdades establecidas del marxismo, algo que a algunos nos costaba admitir.
Nos formamos en la idea –quizá deberíamos decir la ilusión– de que el proletariado constituía el sujeto llamado a realizar la revolución, que la lucha de clases entre éste y la burguesía constituía la última fase de la prehistoria humana y que la victoria de la clase obrera abriría las puertas a la tierra prometida, donde los conflictos se resolverían y al gobierno de las personas sucedería la administración de las cosas. La realidad nos mostró, en muchos sentidos, equivocados. Mientras unos pocos siguen resistiéndose a asomar la cabeza por la ventana, esa frustración se convirtió en la mejor excusa para que algunos intelectuales huyeran de la casa por la derecha. Para muchos, ganados por el escepticismo, habilitó el repliegue hacia el profesionalismo y las causas pequeñas. Otros, en cambio, continuaron empuñando las herramientas del pensamiento socialista y creando instrumentos para interpretar cambios decisivos que obligaban a rehuir de las certezas y animarse a reflexionar, y actuar, con categorías diferentes.
Laclau se encontró, entusiasta, entre estos últimos. Que el mundo fuese más complejo de lo que indicaban los viejos manuales no significó en su caso un obstáculo, sino más bien un aliciente para el trabajo intelectual y el compromiso político. Y tanto en sus libros, artículos y ponencias como en las entrevistas que concedió siempre con generosidad podemos encontrar claves para pensar el presente y emprender tareas políticas y sociales que contemplen esa complejidad.
Vista en perspectiva, su tarea intelectual se construye en torno de tres conceptos decisivos para quienes se propongan transformar la sociedad en un sentido progresivo, de mayores grados de democracia, equidad y libertad, llámese o no socialista. Sus aportes en torno del sujeto del cambio, la construcción de hegemonía y la revalorización del populismo resultaron cruciales para entender la realidad latinoamericana. Para quienes venimos de otra vertiente política, esa mirada sobre el populismo nos ayudó a entender nuestra propia metamorfosis en torno de un movimiento que, digámoslo, habíamos concebido en las antípodas de nuestro pensamiento y prácticas políticas. Esa valoración no es, por cierto, la de la prensa dominante ni, obviamente, de los intelectuales glorificados por la derecha, pero tampoco de ciertos progresistas que adoran el republicanismo de salón y construyen marketing político en los estudios televisivos. Para unos y otros, Laclau será por siempre “el intelectual del kirchnerismo”, una calificación que le causaba más gracia que recelo y que no contempla el itinerario, la diversidad y el alcance de su obra.
En los últimos años, tuvimos el privilegio de conversar con él. Supimos de sus preocupaciones y de los debates y combates a los que se sentía convocado en el nuevo tiempo argentino y latinoamericano. Hoy lo despedimos agradeciéndole sus enormes contribuciones a una corriente de pensamiento que sigue apostando a la construcción de una sociedad mejor. Y reconocer que nos ayudó a replantear nuestra mirada del mundo y del país y, sobre todo, que nos confirmó el valor de aquella sentencia que lanzó el viejo Marx y que Laclau encarnó como pocos.
* Socialismo para la Victoria. Secretario de Relaciones Parlamentarias de la Nación.
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