Vie 06.06.2014

UNIVERSIDAD  › OPINION

¿Era lo que querían demostrar?

› Por Graciela Morgade *

Hace unos días, algunos medios publicaron un “ranking” de universidades latinoamericanas producido a partir de una evaluación que realiza anualmente una empresa privada británica, Quacquarelli Symonds (QS). Según titulares basados en esa fuente, en 2014, la UBA “cayó” al lugar 19º del “ranking” mientras que en 2013 se encontraba en el lugar 12º. Quienes nos dedicamos a la actividad científica y trabajamos con un compromiso genuino por la universidad pública, no podemos ser indiferentes a estos datos. Como tampoco deberían serlo quienes con sus impuestos sostienen a las universidades.

Una primera lectura del informe muestra que, según QS, la UBA se encuentra en el lugar 19º en las universidades de América latina, pero en lugares muy diferentes si miramos los valores de los indicadores utilizados. Según su “reputación entre empleadores” y “reputación académica”, estaría en el primer lugar; en relación con su “presencia en la web” estaría en el lugar 8º; por su nivel de “citas en artículos científicos” estaría en el lugar 10º. Sin embargo, de acuerdo con otros indicadores estaría en posiciones notablemente inferiores: según proporción de “publicaciones de artículos científicos” estaría en el puesto 85º y por la “relación docente/estudiante” en el puesto 201º, lo mismo que en relación con sus “docentes con doctorado”.

Evidentemente, con los mismos datos, las noticias podrían haberse encabezado con el titular “la UBA mantiene su alto prestigio social”, que sería excelente, o bien “la UBA se encuentra entre las diez universidades más influyentes en la región”, y hubiese sido también una buena noticia extraída de la misma información. No obstante, los otros indicadores que componen el “índice” (que los combina para obtener la puntuación) hacen “caer”, y en picada, a la UBA.

Esos indicadores se vinculan con el proyecto político de la masividad: miles de estudiantes necesitan miles de docentes. Más allá de insistir contra la existencia de docentes ad honorem (que nuestra Facultad de Filosofía y Letras están descendiendo de manera sostenida y nos proponemos llevar a cero), es evidente que estamos apostando por sostener una universidad de ingreso irrestricto y por políticas científicas con continuidad para incrementar la titulación de posgrado de nuestrxs docentes y su dedicación a la producción científica.

Los supuestos de la definición de “calidad” que QS propone para la universidad valoran como positivo un modelo universitario que no se compadece con nuestra visión de la universidad. Sería sencillo desestimar ese “ranking” preguntándonos si es serio pensar que una institución universitaria “cae” o “sube” en sus resultados en un año, o bien observando que se trata de la producción de una “empresa privada” y reforzar la suspicacia, tal vez, con el hecho de que es “británica”. También sería sugerente señalar la paradoja de que quien aparece dirigiendo la investigación-base del “ranking” (Ben Sowter) a su vez no aparece “rankeado” como científico destacado en el “Google Scholar”.

Tal vez sea más conducente preguntarnos quiénes consumen estos “rankings”. O, para decirlo en un lenguaje más político, ¿a qué intereses “sirven” estos “rankings”?

En el plano internacional existe una fuerte competencia por estudiantes extranjeros/as, sobre todo en el posgrado, pero también en el grado. Las universidades buscan posicionarse en un mercado siempre cambiante, por ejemplo, con universidades chinas que compiten por estudiantes y con sectores ricos del mundo árabe que aún buscan dónde mandar a sus jóvenes a estudiar. Es notable que en el “ranking” que elabora la Universidad de Jiao Tong Shanghai (según un índice centrado en la producción académica) la UBA se encuentra en el puesto 2º entre las universidades de América latina.

En el plano nacional también existen intereses, no muy diferentes. Seguramente por “robarse matrícula” entre universidades privadas y estatales. Probablemente, también, por discutir los destinos de los fondos del presupuesto universitario, “demostrando” que es excesivo para los resultados obtenidos.

Discutamos hacia adentro y hacia afuera cómo construimos una universidad cada vez más sólida y democrática. Tengamos en cuenta que enfrentamos discursos de ajuste y elitismo poco comprometidos con las políticas educativas que, en los últimos tiempos, se están haciendo eco de que la educación universitaria es un derecho humano.

* Doctora en Educación, decana de Filosofía y Letras (UBA).

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