Mar 07.10.2014

UNIVERSIDAD  › OPINIóN

Paradigmas y semillas

› Por Norma Giarracca *

Un anteproyecto de ley de semilla está en discusión, no demasiado amplia pero discusión al fin, y lo más importante es que esto pone claramente en juego dos paradigmas societales, culturales y epistémicos. El primero es el que fue hegemónico en los últimos siglos de modernidad/colonialidad (como su lado oscuro) y acompañó el surgimiento, despliegue y decadencia del crecimiento y desarrollo económico tanto del capitalismo como de los socialismos existentes. Se basa en tres pilares, que son el derecho, el poder y la ciencia. La ciencia de la modernidad/colonialidad se expresa en la tradición “prometeica” –el mito de Prometeo–, que promete a los hombres/mujeres paz, educación, alimentos y un desarrollo económico con trabajo y movilidad social para todos. Ese tiempo fue inundado de guerras, atrocidades; poco y nada se cumplió, la pérdida de consenso y la decadencia de tales ideas durante el siglo XX apresuraron el derrumbe tanto del socialismo como del capitalismo capaz de generar un “Estado de bienestar”. La construcción histórica moderna/colonial perdió su componente emancipatorio y quedó con la pura regulación, control social; según un interesante trabajo de Paula Sibila, la ciencia pasa del predominio de la tradición “prometeica” a otra que se denomina “fáustica” –basado en el mito del Fausto–, que busca el control de la vida y la muerte.

Mientras, nuevos paradigmas societales, culturales y epistémicos despuntan lentamente en cientos de experiencias por el mundo y en un pensamiento que, a falta de nominaciones, solemos llamar “pensamiento social del siglo XXI” y está siendo elaborado por este entramado de experiencias y pensadores en contacto directo con ellas. Boaventura de Sousa Santos habla de épocas de transiciones, interesantes pero difíciles de transitar porque quienes profesan las viejas ideas modernas/coloniales mantienen poder económico, militar y todavía subordinan la antigua política a sus intereses. La biopolítica no sólo opera sobre la población con la ideología, la educación, sino que reclama el control de los cuerpos de los sujetos, el control de la vida. La naturaleza, los recursos naturales, los seres vivos son entidades controlados por un biopoder que se despliega sobre ellos. Si este control biológico fue un objetivo del capitalismo de la primera etapa, lo es irreductiblemente del decadente pero dominante capitalismo neoliberal vigente, nos atreveríamos a decir que es su razón de ser.

En este escenario ya no son sólo los poderes estatales los que toman el control de la vida; se trata también de privatizar todos los procesos naturales que componen la vida para obtener grandes ganancias. La ciencia devenida en pura tecnología –tecnociencia– al servicio de este capitalismo tardío ha cumplido un rol fundamental. La ciencia “prometeica”, para decirlo en función de los dos mitos, circula por muchos laboratorios, pero en su mayor parte el conocimiento científico está secuestrado por la posibilidad “fáustica” de dominar la vida y la muerte, y ponerlas al servicio de la lógica de las ganancias de grandes corporaciones económicas.

No son sólo los cuerpos humanos los que caen bajo el control del biopoder, sino que con las corporaciones se articula y dispone de los territorios, los recursos naturales pasando los estados nacionales a ser frecuentemente meros gestores burocráticos de estos procesos y generadores de las legislaciones que garantizan a las empresas “seguridad jurídica”, continuidad y ganancias. Se van obteniendo los derechos exclusivos de toda una biodiversidad genética (cuyo ejemplo más diáfano es la semilla) que debería quedar en manos de la humanidad con los traspasos generacionales que garanticen su continuidad, como ha ocurrido en los mundos campesinos e indígenas que conservan más del 80 por ciento de la biodiversidad necesaria para la humanidad.

Esta es una interpretación en función de la cosmovisión social, política y cultural que se asuman, tanto por decisión propia y consciente como por intereses económicos, ideologías rezagadas pero seductoras o la influencia de los grandes medios de comunicación ligados a las corporaciones. Muchos llaman “modernización” a lo que primó décadas atrás e intentan imponer un sentido común acorde a las necesidades de los grandes actores económicos para mantener estos sentidos: “modernización”, “progreso”, “desarrollo”. No obstante, “el pensamiento social del siglo XXI” puso en cuestión tales sentidos e intenta desactivar el feroz proceso de privatización de la vida que están “adornando” con tales consignas. Los epítetos no han faltado desde el otro lado: “ambientalistas”, “luditas”, “fundamentalistas” y, paradójicamente, “atrasados”, calificativo que emana de quienes defienden ferozmente el paradigma ya perimido que brilló en el siglo XIX y comienzos del XX. El anteproyecto de la ley de semilla que el Poder Ejecutivo enviará al Congreso Nacional se enmarca en este debate y es necesario que el mismo tenga resonancia en el Parlamento y en los medios masivos de comunicación.

* Socióloga, Instituto Gino Germani (UBA).

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