Mar 21.04.2015

UNIVERSIDAD  › OPINIóN

Los colegios universitarios en debate

› Por Graciela Morgade *

Los colegios secundarios dependientes de las universidades nacieron con la marca fundacional de ser un camino hacia el nivel superior; aún en el presente, en ocasiones se los llama “colegios preuniversitarios”. Las universidades, por su parte, surgieron muchos siglos antes y estaban dirigidas a los hombres de la Iglesia; con la secularización liberal que se produjo en paralelo con el proceso de surgimiento de los estados nacionales, del capitalismo moderno y la nueva burguesía terrateniente, y luego, comercial e industrial, durante siglos, fueron un privilegio para unos pocos hombres (varones) ricos y poderosos. Antes de entrar a sus aulas, estas elites debían cursar los llamados “estudios preparatorios”: una formación general sólida, enciclopédica y a la vez de fundamento para la posterior adquisición de los saberes científicos y humanísticos de alguna de las carreras universitarias organizadas.

En la UBA, los tres primeros colegios fueron creados a fin del siglo XIX: el Colegio Nacional de Buenos Aires en 1863 y, más de 25 años después, la Escuela de Comercio Carlos Pellegrini (1890) y el Instituto Libre de Segunda Enseñanza (1892). Muchos años más tarde, a comienzos del siglo XXI, fueron creadas la Escuela de Educación Técnico Profesional de nivel medio en Producción Agropecuaria y Agroalimentaria (2008) y, muy recientemente, en 2015, una Escuela Técnica, enmarcada en el notable Programa de Escuelas Secundarias de Universidades Nacionales del Ministerio de Educación de la Nación, cuyo eje es la “inclusión con calidad” y se propone explorar nuevas alternativas para llegar a cumplir con la obligatoriedad del nivel establecida en 2006.

Es evidente que esta diversidad de historias, modalidades y marcas que coexisten en los colegios de la UBA requiere un significativo trabajo de diseño de un proyecto que respete y haga honor a esas identidades diversas y, al mismo tiempo, los coloque en diálogo con la realidad de los/as adolescentes y jóvenes que hoy circulan en sus aulas y con otras instituciones del mismo nivel.

Los recientes debates en torno de una homologación del régimen académico de todos los colegios evidencian la necesidad de profundizar la discusión de ese proyecto. En el régimen existente en algunos de los colegios se puede pasar de año sólo con una previa y no se admite la repitencia y, por lo tanto, el camino es cambiarse de establecimiento o esperar la aprobación de las asignaturas adeudadas para reincorporarse al año siguiente en otro grupo. Sin embargo, lo que varios/as estudiantes expresan es que al no poder repetir ni cursar como libres u oyentes las materias que adeudan, para seguir en el colegio quedan por un año en un “no lugar” sin referentes institucionales. Básicamente, la modificación que se someterá a votación en el Consejo Superior el próximo miércoles apunta a que puedan seguir cursando como regulares los/as estudiantes que tengan dos materias sin aprobar del año anterior (previas), en sintonía con todas las escuelas secundarias del país. Y, como excepción, que puedan cursar como libres quienes adeuden hasta tres materias.

Rápidamente, el titular periodístico fue “la UBA quiere bajar la exigencia en sus colegios”. Desde otra perspectiva y concepción de la educación podría haberse titulado “la UBA se hace cargo del fuerte desgranamiento que tienen sus colegios”, o bien “los colegios de la UBA tendrán un plan para ofrecer nuevas formas de cumplir con la obligatoriedad del nivel secundario”. Evidentemente, comparto la visión de estas últimas formulaciones. Si no se eliminan los temas que deben aprenderse, brindar oportunidades es, más bien, bajar la probabilidad de dejar estudiantes afuera del colegio.

Y deberíamos ir por más. Las investigaciones muestran que si no logramos enseñarles a los/as estudiantes en las clases comunes difícilmente vamos a lograrlo en las clases de apoyo idénticas y que el “repetir el año” tampoco es una solución; la aprobación por materia y por trayecto (no por año) parece ser una de las alternativas más interesantes. La incorporación de talleres multidisciplinarios para el estudio “por problemas” parece otro camino también. El sistema de tutorías, sobre todo entre estudiantes, también se perfila como una alternativa interesante: que entre jóvenes se promueva la premisa “ni uno/a menos” y un compromiso solidario con la permanencia en la escuela, es una alternativa más que potente.

Sin embargo, es evidente que aún hace falta mucho diálogo y debate institucional. Y también mucha más investigación sobre el régimen académico y la enseñanza en el secundario. Esa debería ser la marca de las escuelas universitarias: escuelas inclusivas donde se realicen innovaciones e investigación sistemática, escuelas participativas que ejerciten el pensamiento crítico sobre el conocimiento y sobre las prácticas cotidianas, escuelas que dialoguen con otras escuelas para validar sus resultados, revisar sesgos discriminatorios y contribuir a la inclusión con calidad.

* Decana de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).

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