UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Adrián Lutvak y Darío Estevez *
La universidad pública argentina, pese a ser una de las más prestigiosas del continente, no está exenta de problemas: hoy en día solamente el 30 por ciento de los ingresantes logra recibirse, y la mayoría de las veces en un tiempo mayor al especificado en los planes de estudio. Este problema es en los últimos tiempos una de las principales preocupaciones de los editorialistas de La Nación y Clarín.
Muchos de los analistas se enfocan en el “malgasto” de recursos que se genera por la deserción universitaria, partiendo desde una óptica individualista enfocada en el comportamiento de cada persona. Desde este lugar se afirma que cada persona decide estudiar o no de acuerdo a los sacrificios que esto implica. En ese sentido, Alieto Aldo Guadagni dice: “Es fácil ingresar a nuestras universidades con una preparación insuficiente, por eso no se gradúan 70 de cada 100 ingresantes a la universidad estatal y 60 en las privadas” (Clarín, 8 de marzo pasado). En el mismo sentido, Héctor Masoero dice: “La propuesta es que pague por la educación superior pública sólo quien esté en condiciones de hacerlo” (La Nación, 3 de marzo), así el Estado ahorra en recursos que podría destinar en becas para quienes no puedan afrontar los aranceles pero tengan “potencial”.
Esta visión niega la educación como derecho universal y asume que todas las personas somos esencialmente iguales. Pero todas las personas que acceden a la educación cuentan con realidades, historias y culturas diferentes.
Necesitamos una mirada distinta, el proceso de aprendizaje no es meramente una cuestión de “esfuerzo individual”. Más allá de la existencia del ingreso irrestricto, persiste dentro de las escuelas y universidades una lógica de castigo a quienes tienen condiciones desfavorables. ¿Lo que falta entonces a los miles de estudiantes que se frustran y terminan abandonando su sueño de ser profesionales es solamente la voluntad de aprender? Resulta difícil de creer.
Hay que repensar la forma de transmitir y generar el conocimiento en nuestro sistema educativo. Bajo esta perspectiva de excelencia académica inclusiva, la calidad está signada por mejorar factores como las condiciones de trabajo y formación de docentes, las políticas de bienestar estudiantil, la metodología de enseñanza (seguimos bajo un sistema con prácticas “escolásticas”, provenientes de la Edad Media), la vinculación de los contenidos con la realidad social, barrial, cultural de quienes pasan por la universidad, las formas de evaluación, la creatividad y la crítica.
* Presidentes de la FUBA y la FULP, respectivamente; referentes de La Mella.
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