Mar 19.10.2004

UNIVERSIDAD

La muerte de la vida académica en manos de los rituales burocráticos

En diálogo con Página/12, el mexicano Luis Porter analiza los riesgos que corre la universidad ante el avance administrativo.

› Por Javier Lorca

“Si la universidad está muerta adentro, los de afuera la van a arrasar.” Doctorado en Educación por la Universidad de Harvard, el mexicano Luis Porter señala el riesgo que corren las casas de estudios al dejar morir la vida académica ante los avances de la administración y sus trámites, evaluaciones y reglamentos. En esta entrevista, Porter recorre algunos de los temas que aborda en el libro La universidad de papel, que ayer se presentó en el Centro Cultural Recoleta. Aunque el investigador advierte las numerosas diferencias entre las instituciones de Argentina y México, solas afloran las también numerosas similitudes.
–Para reclamar un aumento de fondos, hoy las universidades argentinas presentan una comparación internacional: se indica que en México la inversión pública por alumno/año es de 4688 dólares, mientras que aquí es de 478.
–No tengo esos datos. Pero en México hay más de 100 millones de habitantes y Argentina no llega a 50. La UBA tiene 250 mil alumnos y la Universidad Nacional Autónoma de México tiene 270 mil. Y 250 mil alumnos en un país de 40 millones es muy diferente a 270 mil en un país de 100 millones. O sea, está peor México.
–¿Por qué “la universidad de papel”?
–Porque el gobierno, en el papel, se imagina una universidad pública ideal, que sea eficiente y cumpla determinados requisitos de calidad, produzca tal número de doctores al año. O sea, una idea que no tiene nada que ver con la realidad de la universidad pública. El modelo de papel es una universidad americana o europea, no latinoamericana, con todas sus limitaciones, cambios y resistencias. También algunos interpretaron a “la universidad de papel” como la que produce diplomas.
–En el libro analiza la burocratización de la universidad, habla de una vida académica constreñida por trámites, reglamentos, evaluaciones.
–El problema de la universidad, al menos en México, es que en los ‘90 la universidad se vació de sentido académico, de vida académica, entendiendo por vida académica no tanto el dar clases, sino todo lo que pasa en los pasillos, con alumnos que se quedan, con una cafetería viva. Todo eso se desinfló y, en su lugar, comenzó a tomar auge la administración. Hubo como un desbalance, que prosigue, entre una vida académica raquítica y una serie de rituales que tienen que ver con cumplir con un aparato administrativo.
–¿Qué tipo de personas construye esta universidad?
–En el caso de los docentes hay programas estatales de actualización, hay una mejora para el sueldo en función de la productividad, estímulos que obligan a cumplir con reglas que van en contra de la espontánea y natural superación. Digamos que yo tengo muchos amigos en el mundo con los que me carteo habitualmente. Y, de repente, el gobierno me dice: “Si tú tienes redes académicas internacionales, te damos cinco puntos más en los incentivos”. Entonces, esa relación espontánea que uno tenía se termina muriendo. En ese sentido estamos igual, aunque las resistencias y los acomodos son diferentes. Y, por el lado de los estudiantes, las universidades todavía son credencialistas, lo que hacen es producir títulos. Mucho de la relación docente-alumno y universidad termina siendo no de formación sino de obtención de un título.
–¿Cómo analiza la tensión entre las reformas que se intentan aplicar desde arriba y la falta de participación de la comunidad universitaria en la generación de esas reformas?
–No participan y tampoco reaccionan. Generalmente, uno se enoja con el gobierno por su intromisión o falta de respeto, pero el problema más fuerte es el que hay dentro de la universidad, con profesores que no se unen, estudiantes desorganizados. En la universidad no hay contraproyecto frente a los planes del gobierno.
–¿A qué se refiere con la “falta de conciencia de sí” de la universidad?
–Primero, a un regionalismo crítico. No es lo mismo ser Luján, que Córdoba, Quilmes o Cuyo. Son regiones muy diferentes. No puede ser que las políticas del centro sean las mismas para el sur que para el norte. Ante eso, las universidades deberían responder desde el conocimiento local, asumiendo la identidad propia. Para eso la universidad es el lugar de la inteligencia. Y las universidades son más inteligentes que los gobiernos. Los políticos, por más inteligentes que sean, no pueden moverse más que dentro de un determinado marco. Aun cuando tienen asesores, son los políticos los que definen qué quieren escuchar, qué problemas quieren resolver.
–En un paralelo con El alma del hombre bajo el socialismo, usted sugiere que la salvación de la universidad está en los estudiantes y docentes.
–Sí. “El alma del académico bajo el posmodernismo” es una calca de Oscar Wilde. Trato de decir: “Date cuenta de lo que vales. La universidad ideal es la que no tiene autoridad, porque no cuenta, lo importante es tu autodeterminación y tu conocimiento”. La idea es buscar un tono esperanzador. La posible salvación está en que el profesor, en vez de escribir su artículo encerrado con su computadora, o en vez de dar clases en el aula con la puerta cerrada, abra la puerta. En la universidad, en la educación, lo que realmente importa es agarrar a un estudiante o a un colega e invitarlo a dar una vuelta, esos quince minutos o media hora son el germen que puede salvar a la universidad, porque es el germen de la vida académica. Si la universidad está muerta adentro, los de afuera la van a arrasar.

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