UNIVERSIDAD
› OPINION
Etica y política
› Por Andrés Carrasco *
Argentina es un país donde la sordina de lo políticamente correcto tensa hoy como nunca la vitalidad “bárbara” del debate crítico de las políticas sectoriales. Hipocresía que, apreciada como civilizada y gentil, disimula el imperio de la burocracia y de la lógica corporativa que la sostiene. Hace algunas semanas fue tapa de este diario que la marina estadounidense financiaba en la Argentina proyectos científicos. Sin entrar en lo inusual de la nota, lo significativo es que la respuesta oficial fuera enviarlo a la Comisión de Etica de la Secyt, cuya recomendación, como era de esperar, fue civilizada. Es llamativa la pertinaz tendencia a recurrir a la argumentación ética para definir problemas, y expresa una forma de eludir la inevitable conflictividad del debate político que congela las diferencias en la adjetivación despolitizante. Adjetivación que a su vez conlleva el ocultamiento de que la ciencia argentina ha sido, y aún hoy lo sigue siendo, ideológica, política y financieramente dependiente de los países centrales. Que, de lejos, la financiación de los proyectos científicos mayoritariamente depende de los prestigios (reales o fabricados) de contactos personales internacionales y de que la mayor parte de los fondos públicos depende de la inestable continuidad (hoy más que nunca) de préstamos de organizaciones internacionales como el BID o el BM, con incremento de deuda externa. En realidad no es extraño que un organismo militar extranjero provea financiamiento, ya que en Argentina hay una larga historia de proyectos financiados por fundaciones privadas extranjeras o instituciones como la NASA, siempre con intereses bien definidos. Considerando la baja institucionalidad de CyT en nuestro país, edificar una política significaría abandonar la natural tendencia autorreferencial y a victimizarse en los científicos e iniciar el debate político acerca de los fondos que provienen de corporaciones privadas internacionales (no sólo la NASA) sin un marco adecuado que permita evaluar cómo esos proyectos afectan a la sociedad argentina. Explorar los posibles conflictos de interés derivados de convenios de confidencialidad de proyectos privados desarrollados en el sector público. Discutir sin tapujos el significado de cambiar deuda por fondos para ciencia como sugieren los organismos internacionales, revisar la concepción que reduce todo conocimiento a mercancía transable, el desafío del impacto en el medio ambiente y en la reserva de los recursos naturales, la biodiversidad, la salud de las poblaciones, y en particular revertir la raída institucionalidad incapaz de promover estos debates tanto local como regionalmente. Lo ético apela a los valores personales del científico en relación con el objeto de estudio, y aunque es deseable que no transgredan el interés publico, pertenecen a la esfera personal. Pero lo que define el tipo y direccionalidad de las disciplinas científicas es siempre el resultado del momento político ideológico. Cualquier conflicto que afecte al interés nacional no puede descansar en la valoración de las conductas individuales. Porque subordinar lo político a lo ético, en un mundo que ha extraviado su capacidad crítica, pulveriza el interés colectivo y refuerza el discurso neoliberal que, con su fragmentación, profundiza nuestra dependencia.
* Investigador de la UBA, ex presidente del Conicet.