Este libro es el hijo de tres mujeres: una asesina serial y dos poetas. La asesina era una condesa húngara del Renacimiento que torturó y mató a más de seiscientas chicas para bañarse en su sangre. Estaba convencida de que esos baños eran un antídoto contra la vejez y además le gustaba y se excitaba como loca. Aparentemente la única forma de aliviar esa excitación era seguir matando chicas. Siempre quería más.

La poeta francesa Valentine Penrose leyó la historia de la aristócrata criminal en registros y crónicas de la época. Había tanto para decir sobre esta mujer, sobre los crímenes masivos que todos ven sin hacer nada, sobre la relación entre el poder y la violencia y sobre cómo contar todo eso que Penrose decidió, dijo después Pizarnik, “concentrarse en la belleza convulsiva de su personaje”. Escribió La Condesa Sangrienta.

Tres años después, Alejandra Pizarnik recrea el libro de Penrose e invoca, en la misma operación, a la condesa vampira Erzébet Báthory, es decir que se las ve con un libro y un personaje maravillosos. Se trata de una apuesta arriesgada pero le sale muy bien. No podía ser de otra manera. Es Alejandra Pizarnik.

Escribe oraciones que son historias en sí mismas. Resume, pregunta, condensa, llega hasta la raíz de la historia, hace que la biografía destile al personaje y el personaje entra en acción –con todo lo que eso quiere decir en el caso de la condesa Báthory–.

Este libro cuenta la historia de Erzébet Báthory pero también es un diario cifrado de la lectura única que hizo Pizarnik del libro de Penrose. Cuenta una vida llena de muertes y cuenta también lo que pasa cuando un gran libro cae en manos de un gran escritor. El libro entusiasma al escritor que, excitado, tiene que hacer algo, reportar su lectura a su manera. Como pasa aquí, a veces da con la forma de escribirlo de nuevo mientras sostiene que es insuperable y hace preguntas que brillan, singulares y valiosas, como gotas de sangre.