VERANO12 › “EL JUGUETE RABIOSO”, DE ROBERTO ARLT
› Por Claudio Zeiger
El juguete rabioso es la potencia de la literatura argentina. Cuando todo tiende a la extinción, a la languidez, al formalismo o el exceso de pudor, suena el despertador: vuelve el juguete rabioso. La potencia.
Volver a El juguete rabioso es un placer fuerte, como comer ceviche. Es picante, vigente, vivo. Pensar que alguna vez se dijo que está mal escrito da risa. Cambió la literatura social y la cultura de izquierda de un plumazo, con un puñado de escenas, dos por lo menos: la larga escena del robo a la biblioteca de la escuela y la escena de la pensión en la que Silvio Astier se encuentra con un ambiguo niño bien que se viste de mujer. Cambió todo pero, me atrevo a decir, no cambió a Arlt mismo. Es notable cómo la huella de El juguete rabioso se esfuma en las novelas posteriores y persiste más bien en algunos cuentos y crónicas, en algunas escenas dispersas. O sea, el Arlt de, sobre todo, Los siete locos y Los lanzallamas ya es otra cosa, otra potencia, otra angustia. Probablemente El juguete rabioso no haya tenido descendencia en el propio Arlt porque es demasiado autosuficiente, como una obra cerrada sobre sí misma, como una descarga de la que no queda nada en el cargador. El tiempo que separa el Arlt de El juguete rabioso con el de las novelas posteriores parece mucho más que un puñado de años. El escritor, que en su primer libro crece de golpe, de golpe se vuelve demasiado adulto. En su libro iniciático, Arlt procesa infancia y adolescencia con ademán brutal, sin piedad, sin tiempo. Silvio Astier, a los catorce, quince, dieciséis años, parece tener la edad del mundo más que la real, que era la edad del siglo XX. El agobio de la miseria y la edad del mundo llevan a Astier a escribir sus “memorias” como si éstas culminaran antes de haber alcanzado los veinte años.
La potencia de El juguete rabioso fascinó y estimuló a muchos: a los contornistas, Viñas, Masotta, Sebreli, Correas, a Piglia y a Saccomanno y a muchos otros. Sexo y traición, vida y literatura, confesión y memoria. Me animaría a decir que el escritor más consecuente con el programa de El juguete rabioso (no necesariamente el más arltiano) fue Carlos Correas en cuentos como “El revólver” o “La narración de la historia”, y en la primera parte de la trilogía Los reportajes de Félix Chaneton. Correas habló de la potencia arltiana y dijo que continuarlo debería ser una política literaria que se planteara superar la ya desgastada fórmula del cross a la mandíbula. Planteaba, pensaba en un lector nuevo para una potencia nueva.
Esta novela se renueva y se alimenta de los lectores que Arlt siempre tuvo. Piglia dijo que a Arlt siempre lo bancaron los lectores, no los críticos ni la crítica institucional. En su mezcla milagrosa de Lazarillo de Tormes y Naranja mecánica, el relato de unos pibes chorros, que querían ser sensibles, inteligentes y científicos para salvarse del trabajo y el disciplinamiento social, brilla en el comienzo del siglo XXI como brilló en el comienzo del siglo XX. Y Silvio Astier será joven para siempre ante la indiferencia del mundo.
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