Mar 26.01.2010

VERANO12  › “VIDAS DE MUERTOS”, DE IGNACIO B. ANZOáTEGUI

Una joya de la diatriba y la mala leche

› Por Juan Sasturain

Ignacio B. Anzoátegui (1905-1979) es, dentro de la cultura argentina, una figura singular, un escritor literalmente impar y, sobre todo, una personalidad de abordaje casi insoportable por lo que tiene de (según los criterios de hoy) políticamente incorrecto. Católico ultramontano, nacionalista extremo que no soslayó sus simpatías fascistas; antisemita y xenófobo practicante, Anzoátegui fue un militante ideológico crudo y duro de la derecha antiliberal más virulenta que tuvo su momento de auge y popularidad intelectual en los primeros treinta, cuando produjo lo mejor y más representativo de su breve obra. No es una carta de presentación cómoda. No debe haberle importado, además. La comodidad, digo: Anzoátegui hizo de la confrontación su hábitat, y del humor más corrosivo y lapidario su afilado instrumento de combate.

Para entender el clima, hay que ubicarse en aquellos tiempos inmediatos al aplaudido golpe de Uriburu, que son los de la “hora de la espada” lugoniana, los de las conversiones fervorosas durante el Congreso Eucarístico, los del fascismo y el nazismo ascendentes en la Europa de la segunda preguerra. En ese contexto, Anzoátegui no era un bicho (tan) raro entonces, ni mucho menos. Lo que sí, de su lado, era de los mejores, porque como sucede con el cura Castellani, era –inspirado y malsano– un notable, raro escritor.

Lo mejor, aunque escribió versos clásicos bien medidos y cuentos (pocos) de factura impecable, está en las breves y furibundas biografías/retratos de escritores que tituló, en 1934, Vidas de muertos. Luego, en la misma cuerda o casi, produjo con los años Vidas de payasos ilustres (1948) y el epigramático –modelo Bierce– De tumba en tumbo (1966).

Vidas de muertos es una joya de la diatriba y la mala leche. Un modelo perfecto para ejemplificar la posibilidad de un arte de la difamación y de la injuria. Feroz, incisivo, certero o arbitrario pero casi siempre brillante, Anzoátegui arremete contra una docena de próceres más o menos consolidados de las Letras de la región e intenta demolerlos siempre con ingenio, a veces –además– con resultados. Los textos sobre los “muertos” Alberdi, Carriego o Sarmiento son memorables. Va acá, elegido, el último, sobre el sanjuanino. Es acaso lo mejor que escribió, pues se le nota en medio del furor –como le pasó al mismo Sarmiento con Facundo– la fascinación ante la grandeza del adversario.

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