› Por Samanta Schweblin
Mi hermana no se llamaba Abi, y la que no podía soportar que dejaran de mirarme era yo. Y hay más datos autobiográficos en esta historia. También mi hermana se tomó de un saque la lavandina, y también en el coche, camino al hospital, papá me miró por el espejo retrovisor y me dio una orden para mí desopilante. No me pidió la bombacha, como en el cuento, sino los shorts, que eran blancos. Quizá quedarse en bombacha era todavía más vergonzoso que andar sin bombacha bajo la ropa, pero lo que importa es qué es mejor para la historia, y las bombachas preadolescentes son mucho más tenebrosas en manos de padres y desconocidos que lo que podría haber sido un short.
Y hay algo más todavía. Una historia que absolutamente nadie, salvo un hombre sin suerte, sabe. Cuando tenía la edad de mi personaje, en unas horas libres que mi mamá me dio en un shopping, entré a una tienda enorme de ropa y me robé una bombacha. No sé si hay una razón por la que se hacen esas cosas. Creo que simplemente, asomada a un cajón enorme de bombachas, entendí que todas tenían alarma menos una, justo de mi tamaño y del color que yo usaba. La llevé al probador, me la puse arriba de la mía, y decidí llevármela. Salí del negocio airosa, sin que ninguna alarma se disparara, pero un hombre de seguridad hizo sonar su silbato. Me hizo una seña muy autoritaria: tenía que volver a entrar. Me pidió la mochila y la revisó de muy mala manera. Me pidió que me quitara el buzo y metió sus manos enormes en los bolsillos. Algunos clientes se pararon a ver el espectáculo. Giró a mi alrededor mirando los bolsillos de mi pantalón. Fue muy vergonzoso. Y entonces, no sé por qué, ni cómo se me ocurrió una cosa así, pero le dije bien clarito para que también escucharan los clientes, “si quiere también me saco el pantalón”. No voy a olvidarme nunca su mirada, sabía perfectamente que yo tenía esa bombacha. Fue un largo silencio de pocos segundos, pero me dio el buzo y la mochila, de muy mala manera, y me pidió que saliera del negocio. Así que hay mucho material autobiográfico detrás de esta historia: hay lavandina, hospital y bombachas, y hay sobre todo, “un hombre sin suerte”.
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