› Por Ariel Dorfman
El cuento por su autor
Cada vez que, con mi mujer Angélica, retornamos a Chile desde el frío invernal norteamericano para gozar del calor del verano del Cono Sur, cada vez, cada vez, en forma invariable y defectible, a la mañana siguiente de nuestro arribo, matemáticamente a las 8.01, nos despierta la sonora exhortación del teléfono.
Es, una y otra vez, una compañía llamada CallBack, buscando a un tal Julio Gamboa, un “caballero” que debe un crédito hipotecario a quién sabe qué banco maldito, como lo pudimos comprobar tras interrogar a quienes nos llamaban con tan fatigosa reiteración. Por mucho que yo niegue en forma rotunda que sea yo aquel deudor o que el número esté equivocado, los agentes insisten semana tras semana en molestarnos a cualquier hora del día, aduciendo que no hay otro modo de ubicarlo. De cuando en cuando llaman averiguando acerca de otro nombre, otro malandra que ha dado nuestro número para que nos jodan a nosotros y no a él, pero el apelativo de Julio Gamboa es el que se repite en forma majadera. No tengo empacho en reproducir acá ni tampoco en el cuento el apodo de ese sinvergüenza, en vista de que él no ha tenido el menor recato conmigo, entregando como propio el número que hace diez años disfrutamos con Angélica en nuestra casa en Santiago. Si no le gusta al muy pícaro que lo identifique públicamente de esta manera, bueno, que me venga a ver, que se me queje cara a cara. Tengo un par de cosas que decirle, y más que un par.
Una de las ventajas de ser escritor es que uno puede aplacar las frustraciones de la vida real imaginando alternativas ficticias que resuelvan de una manera grata aquellos sinsabores. Por ejemplo, buscar y acorralar y jalar a Julio Gamboa para que de una vez por todas nos deje de joder. Pero también es cierto que una de las desventajas de la profesión literaria es que las situaciones y los personajes a menudo (es decir siempre) se nos escapan y derivan en avatares y destinos inesperados. Es lo que sucedió con don Julio así como al protagonista que sufre los embistes y embustes gamboaescos y que se parece y no se parece a mí, puesto que, como todo cuento, éste terminó por desviarse incesantemente de la experiencia real. La verdad es que Julio Gamboa sorprendió al dueño del teléfono y me sorprendió a mí que soy el supuesto autor de ambos. Falta por ver si ha de sorprender también a los lectores, si hubiera sido mejor, después de todo, no encontrar a Julio Gamboa.
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