› Por Luis Chitarroni
El cuento por su autor
Pensado como digresión estratégica, “El cardenal carpintero” impuso su ritmo y su misterio, ajeno a la parsimonia del relato conductor, como un agujero en una historia precedente. Ejercicio escolar de “relato dentro del relato”, se proponía contar una boda rural a la que asistí no me acuerdo si a fines de los sesenta o a comienzos de los setenta, entre mi infancia y los atisbos de la adolescencia. Los límites de la cronología suplente lo confirman. Sin que me asista la confianza en el surrealismo cuando de mí se trata, los bordes de esa larga “noche de casamiento” se extendieron, y el boquete temporal, como un pozo cualquiera, quedó vacante. Sobraba elenco, tan laboriosa e inepta es la convocatoria que uno planea. El lapso final que el cuento devuelve a mi pesar, parece extenderse, para decirlo con las rutinas obsequiosas del periodismo, entre la Guerra de los Seis Días (1967) y el plan Camelot para derrocar a Allende (1973). Los temas son los que se tratan; las claves para los de mi edad, enfáticas, groseras. Chamizo Ondarts era la fórmula de Alsogaray –Nueva Fuerza– en las elecciones del ’73. Su estupidez acústica me aturde con un odio retrospectivo difícil de curar. Raban es un homenaje involuntario a Kafka; el “carpintero” del título, uno más que voluntario a “Rise High the Roof Beam, Carpenters”, de Salinger, el mejor relato que sobre el tema –la ausencia real de boda– se haya escrito.
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