› Por Juan Carlos Kreimer
El cuento por su autor
Soy hijo del desamparo de los ’70. Creía que otro tipo de vida era posible. Que podía romper ataduras, ser más libre. En algún lugar, otro destino, imaginé, me esperaba; ahí desplegaría mis alas. Hacia lo ilimitado.
Pero mi biología quiso otra cosa. Algo parecido al mismo orden burgués con el que tanto me peleaba más la posibilidad de vivirlo de otra manera.
No me daba cuenta, todavía, de qué pasaba dentro de mí. Quería escribir sobre eso y no encontraba las palabras ni el tono. En mis cuadernos apenas podía anotar acontecimientos, especialmente los se me presentaban como si yo fuera el observador de mis propias observaciones. En crudo.
Treinta años me llevó correrme del querer decir algo y dejar que los hechos me dijeran, o no, qué le había estado pasando a ese personaje que siempre me da cita en la primera persona.
Una extraña relación con la viejita que tenía una chambredebonne enfrente a la que me habían prestado, una familia musulmana del piso superior que no me dejaba dormir, la decadencia de un padre sobre el que había que tomar decisiones muy a su pesar, romances en los que uno “inventa” al otro a la medida de sus deseos (y lógico: va de porrazo en porrazo), la amistad con un compañero de trabajo que se diluyó sin que ninguno de los dos pudiera explicárselo...
En esas anécdotas, todo parecía desorganizarse y reorganizarse más allá de mis recuerdos. Momentos que consideraba intrascendentes se me venían encima con el mazazo de las revelaciones. Hace unos años, por fin pude quitarle al escribir la necesidad de suicidarme en cada página y por no empezar otra novela, empecé a tirar el piolín de esas historias entre un momento y otro.
“Un secreto lazo de familia” convive con una veintena de relatos, varios a medio hacer, dentro de una carpeta a la que un día le puse Buda por inconvenciencia y así quedó, nunca me atreví a cambiarlo. Quizá porque en la época en que transcurren empecé a meditar. O porque la “práctica” de hacerlo me ayudó a resignificar desesperaciones a las que esquivaba. No lo parece, pero está escrito desde ese dolor que deja lo que no pudo ser. Desde aceptarlo tal como es.
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