› Por Luisa Valenzuela
Elijo este cuento que hasta ahora sólo apareció en una que otra antología porque me retrotrae a una época feliz e inspirada. En Viena estábamos festejando la aparición del libro sobre el coloquio que me había dedicado y se ve que mi cerebro estaba burbujeante. Mi anfitriona era la misma del coloquio, la genial y tan generosa María Teresa Medeiros Lichem. Por esos días yo paraba en su casa, y si a la hora de la cena alguien recordaba una breve anécdota, a la mañana siguiente para el desayuno yo ya había elaborado una historia al respecto. Pienso que era una forma de retribuir tanta cordialidad. Así, cierta noche surgió el tema de las esquelas y las rosas, sólo eso, ¿pero cómo sustraerme a la fascinación de inventarle un suspenso y cargarlo de erotismo? En fin, que así nacieron éste y otros cuantos, y después mis corrientes mentales me llevaron por aguas de novela y de ensayos. Ahora dichos cuentos esperan unos compañeros más para completar un volumen, cosa que se va demorando, porque los misterios de la creación son insondables.
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