VERANO12 › 20 AñOS EN EL ESPEJO: LOS REPORTAJES DE PáGINA/12 QUE TESTIMONIAN DOS DéCADAS DE LA CULTURA, LA SOCIEDAD Y LA POLíTICA ARGENTINAS
"Mi lápida tiene que decir: Ayudó a pensar." Preocupado por la muerte y, sobre todo, por el recuerdo que dejará tras ella, Bernardo Neustadt recorre sus largos años en la radio y la televisión para rescatar sus amores y odios, su relación con los periodistas y los políticos.
› Por Andrew Graham-Yooll
Publicado el 05 de octubre de 1998
La elegante oficina de Puerto Madero comenzó a ser desmantelada la semana pasada. Algunos empleados se trasladaron a las oficinas de Radio Milenium. Algunos fueron despedidos. Bernardo Neustadt, a los 73 años, había decidido trabajar desde su casa. Pocos días antes, cuando tuvo lugar esta entrevista, ya se paseaba alrededor del escritorio con tono de despedida.
Hacía tiempo que su ventanal semicircular no daba a la vista panorámica del puerto. La ventana da a la torre de Telecom (construida sobre lo que debió ser una plaza pública gracias al entusiasmo edilicio de los miembros del Concejo Deliberante). Bernardo Neustadt ha ocupado la punta paqueta de Puerto Madero en Avenida Córdoba casi desde el momento en que se inauguró esa vidriera grande del menemismo.
Neustadt parecía molesto tanto por la pérdida del paisaje como por el inevitable ajetreo inmobiliario. El hombre que ha dicho que le teme más a la soledad que a la muerte abandonaba el centro del mundo. La oficina se ofrecía en alquiler o en venta: una aseguradora paga en oficinas vecinas 17.000 pesos al mes por un espacio parecido.
Neustadt había decidido mudar toda su operación radiotelevisiva, evacuar Madero y transmitir su programa en Milenium FM 106.3 desde su casa en Martínez. Milenium es una emisora de buenas ondas donde el veterano Neustadt inicia el día. Es el medio (dirigido por Santiago Pont Lezica) desde el cual Neustadt, que comenzó con el 50 por ciento de las acciones, ha dicho a sus detractores y funebreros que sigue en actividad aún después de que Telefé levantó Tiempo Nuevo el 22 de diciembre último.
–¿Qué momento profesional considera el más significativo de su vida?
–El más feliz es ahora, desde la radio, tomando distancia de los acontecimientos, cosa que un periodista no debiera hacer. Debería estar en los acontecimientos. Pero momentos importantes fueron aquellos en los que pude hacer campañas para renovar el repertorio argentino económico mental, explicarle a la gente que podíamos tener un país abierto, que en los teléfonos no estaba la patria ni la bandera ni la soberanía. Que se podía comprar un auto financiado sin necesidad de pagarlo antes y recibirlo después. Esto fue en los años '80. Tuve muchos problemas, recibí algunas agresiones, pero la idea germinó y hoy tenemos un país abierto.
Yo no puedo ser un periodista que todos los días les amarga la vida a los oyentes. Yo no voy a buscar el avión que no llega, cuando aterrizan 567.000 aviones y sólo se cae uno. Esto hace mucho que se produjo en mi corazón, pero los marketineros exigen dolor, sangre, muerte. Yo diría que Milenium con su música, su tono, representa un poco lo que estoy buscando cambiar.
–Para mí, Bernardo Neustadt va a ser recordado por la invención de Doña Rosa: la figura que representa al ciudadano medio al que hay que llegar.
–Me gustaría quedar por otras cosas. Mi lápida tiene que decir: “Ayudó a pensar”. Esas son las tres palabras que caben en una sepultura. Me gustaría ser recordado como pionero de esta profesión en los medios electrónicos. Yo necesito a Doña Rosa, porque necesito un interlocutor más allá de la cámara o del micrófono. Necesito saber que hay alguien, no sé manejarme en la soledad. Le tengo miedo a la soledad. Doña Rosa es una persona que se me hizo carne. Si pensaba en ella podía trabajar para ella.
–Usted empezó en el diario El Mundo...
–A los 14 años. En radio y televisión empecé en 1960, es decir cuando tenía 35 años. Hasta ese momento no existía el periodismo ni en televisión ni en radio. Había un locutor que decía: “¡Despiértese contento!”. Repito, me gustaría que me recordaran por abrir puertas, por ser pionero. Esto estaba prácticamente prohibido en la Argentina.
–Está bien que un hombre a su edad piense en el final, pero usted parece preocupado por la muerte. Insiste por la radio todas las mañanas.
–Preocupado no, porque es lo normal. Hace dos años yo estuve cinco minutos, veinte segundos con el corazón detenido, “muerto”. Toda la vida pensé que iba a morir muy joven. Era mi única obsesión. Nací un 9 de enero de 1925. Cuando vi que había cumplido 50 años y que no había muerto a los 40 sentí alegría de estar vivo. Ahora tengo una sola preocupación: quiero un país que sea menos salvaje, que no crezca económicamente en un capitalismo salvaje. Me gustaría que la S.A. (Sociedad Anónima) no sea Sin Alma. Que fuera Su Alma. Me preocupa la conducta mental de los dirigentes argentinos.
–A propósito...a usted se le atribuye la frase de que siempre fue oficialista, lo que pasaba era que cambiaban los gobiernos...
–Ehh... No, no, yo siempre desarrollé una labor de equilibrio notable, de la que estoy orgulloso. No hago actos de arrepentimiento, como se piden ahora. ¿Vamos a pedir perdón todos los días como el presidente Clinton? No debo haber tenido mucha suerte con los gobiernos. Estuve prohibido por todos, hasta por los que ayudaba. Yo los veía venir y decía: "Van a cambiar la estructura económica." Y cuando no cambiaban me prohibían. Así que yo fui coherente. La realidad no fue coherente. Vuelvo a repetir: se les dio crédito a todos los que vinieron. Lo malo es que los que decidieron eso de que yo estaba con todos los gobiernos fueron los periodistas. El periodismo a mí nunca me quiso. Tendrá sus razones. Pero fíjese. Hay colegas importantes, tal vez los más importantes, que estuvieron en gobiernos militares, fueron profesores de militares, fueron jubilados de privilegio, gracias a esa presencia de los militares. Y hoy son teólogos.
–A usted le molesta sobremanera que Mariano Grondona sea el periodista elegido ahora para transmitir desde las islas Malvinas.
–¡¡¡Nooo!!! Me parece bárbaro. Si además él estuvo siempre a favor de la guerra. Fue la única discusión pública que tuvimos en televisión. Yo estaba en contra de la invasión argentina, que me parecía una locura. El estaba a favor. Así que tiene toda la razón del mundo para ir, para ser el invitado. A mí lo que me molesta es que estos grandes referentes, que son universitarios (yo no lo soy), son profesores, puedan invitar a un proxeneta, una prostituta, a la televisión y después ir a dar clase de moral y referirnos a nosotros a la ética. Aquí en Buenos Aires estuvo un pensador como Francis Fukuyama (15 de setiembre) y no lo llevó nadie a la televisión. Pero tengo colegas que presentan a Samantha Farjat, a Enrique Haroldo Gorriarán Merlo. Me preocupa que los que hacen eso sean un referente en el periodismo. Yo voy a cumplir 60 años en el periodismo el año que viene, y lo veo como un primer poder sin contrapoder. Yo creo que toda esa imagen que hay de Neustadt no la tiene la gente, la tienen los periodistas. Camine conmigo por la calle, yo siento la sensación de que algo tengo que haber hecho por la República para que la gente me diga, “Gracias por esto, por aquello”. ¿Qué hubieran dicho de Neustadt si hubiera ido al casamiento de Amira Yoma, o hubiera sido jubilado de privilegio a los 35 años y por estar un mes en el gobierno? ¿Por qué no sacan a la luz esos currículums? ¿Porque se pide perdón a la izquierda? ¿Por qué no hablan de ser secretarios de Estado en dos gobiernos militares?
–Varias veces en la conversación usted se refirió a la falta de dirigentes, la falta de referentes honestos. ¿Piensa que la Argentina tiene un déficit de dirigentes para llevarla adelante?
–Pero no sólo de dirigentes políticos, también empresarios, gremiales, universitarios. Me preocupa cómo piensa la Argentina, cómo actúa, que sea una violadora natural de la ley. Me preocupa la “menoscracia” en que ha caído la democracia. Lo que me está desanimando últimamente es que frente al cuadro que brinda la política los jóvenes no quieren entrar en ella. Eso me asusta. Pero me doy cuenta de que van a hacerlo porque no tienen más remedio. Porque la política se va a meter con ellos. Además, entre los estudiantes veo gente que esté siguiendo carreras que tienen que ver con la ética. Yo digo: “Va a llegar”. Nosotros no lo vamos a ver. No va a ser tan rápido como cuatro decretos de privatización. La economía se cambia más rápido que la cultura. Los dirigentes están aferrados al poder. Tenemos que tener cuidado de que la excelencia no esté acompañada de una ideología extrema. Yo creo que si la Argentina no puede hacer un cambio de chasis completo, no va a poder crecer. Pensar que Raúl Alfonsín es el jefe ideológico de la Alianza, el mismo que le dio la reelección a Carlos Menem...
–Vamos, pero también se lo podría ver como que le dio al país una altura moral mundial con el juicio a las juntas, que no tiene precedentes en la historia moderna.
–Yo no tengo equilibrio en eso con el Dr. Alfonsín. Me privó de la libertad de hacer televisión. Ni yo ni Grondona pudimos hacer televisión, porque nos sacó. Pero no es un problema personal. No se podía almorzar con Mirtha Legrand en nombre de la libertad. No podía trabajar Landrú. Eso no me preocupa. Yo creo que es un demócrata: el más autoritario de los demócratas que he conocido. Yo creo que tenía todas las condiciones para hacer triunfar un país, para cambiarlo íntegramente, no sólo hacer el juicio a las juntas. Su gran mérito es el juicio a las juntas, pero los errores cometidos existen. Los errores que cometió fueron no cambiar la economía, no aprovechar que estaba toda la gente a su favor. En la balanza de mi vida, con mil cosas que puedo decir contra Carlos Menem, todavía Menem tiene más a favor. Me devolvió la libertad cuando me dio los canales de televisión, cosa que Alfonsín no fue capaz de hacer. Tenemos que medir si importa más juzgar a los militares que las libertades que ahora tienen todos los argentinos. Alfonsín hizo muy bien, un acto espléndido, y después dijo “la casa está en orden”. Pero yo creo que Menem transformó el país, cosa que no pudieron hacer ni los militares negándonos la libertad, ni con los ministros más liberales del mundo. Creo que el presidente Menem ha servido más a la sociedad que Alfonsín poniendo presos a los militares. Doña Rosa está más en mi mente que el proceso puramente justo de castigar a los represores.
–¿Piensa que la luna de miel que viven los medios con la sociedad se está acabando?
–Creo que es el principio del fin. Pero la luna de miel la estamos rompiendo desde adentro. ¿Quién nos dijo que nosotros somos el poder? Te-nemos el poder de gritar más fuerte. No. Lo que nosotros tenemos, supuestamente buscamos, no es el poder. Es la influencia y como consecuencia el poder. Los multimedios quieren orientar no al país sino al poder.
–Usted apoyó al presidente Menem en la reelección de mayo de 1995.
–No. Estuve en contra.
¿En contra? Lo llevó a su programa para halagarlo.
–Eso no tiene nada que ver. Yo estuve en contra. Es más, tuve una reunión con los hombres del presidente Menem que me preguntaban por qué me oponía. Yo me oponía para salvaguardarme. Yo no quería la tercera reelección de Menem, porque no quería la segunda. Pero ¿sabe de qué me asusté? De los que vienen. Todavía me da susto. Afortunadamente ya no tengo la opción que tuve antes. Yo voté en contra de Menem la primera vez. Voté a favor de Menem en la reelección, pero espiritualmente estaba en contra. Me asustan las opciones que me dan. En este momento voy a votar en blanco.
–¿Cuál de los presidentes argentinos, teniendo en cuenta los años que lleva en el periodismo, más admira, más aprecia, más respeta?
–A Arturo Frondizi y a Carlos Menem. Con Arturo Frondizi nunca pude tener una amistad pero fue para mí la figura más clave de todos los tiempos. No pudo hacer lo que quería porque entre todos lo echaron. Pero creo que nunca la Argentina tuvo un presidente intelectual del nivel de Frondizi.
–¿Por qué escribió usted esa autobiografía, No me dejen solo? Era muy superficial. ¿Por qué no hizo una autobiografía más considerada con la historia que vivió? Discúlpeme, pero ese libro me pareció demasiado liviano.
–La estoy haciendo ahora. Se llama Yo fui testigo. Lo trabajé todo el verano, y narro situaciones que viví como protagonista-espectador comprometido en esta sociedad. Yo no puedo estar de acuerdo con gente que me decía: “Nosotros creemos que el error tuyo es comprometerte, tomar un compromiso”. Yo les decía: “Esa es una realidad. Acá está”. Hace un tiempo me decidí a no practicar ni la memoria, ni la culpa. El pueblo judío insiste, marca constantemente, construir su vida sobre la memoria... No soy judío pero la religión católica, a la que pertenezco, marca siempre la culpa. Ninguna de las dos resuelve el problema. Que un chico caiga en un pozo y preguntar quién hizo el pozo no es resolver el problema. Estar en la memoria no da resultado. Estamos rodeados de la amenaza de la memoria que es negativa. No hay solución con la culpa. Hay solución si uno dice: “Esto no lo voy a hacer más, lo voy a hacer mejor”. Pero si está todo el día con la culpa, a judíos y católicos no les ha ido muy bien. El mundo está hecho por protestantes, por otras creencias0 que no están con la culpa, no están con la memoria. No tienen los ojos en la nuca. ¿Qué le pasó a la Argentina? Teníamos que pedir permiso para todo. Si se hablaba mal por un canal de televisión, eso implicaba no trabajar más. De pronto vino un señor con patillas, de zapatillas blancas. Vino de ser un señor feudal y se le ocurrió cambiar la Argentina. ¿Le hicieron un lifting mental? Es un milagro lo que pasó. Antes no se podía caminar por el puerto porque estaba prohibido. Las ratas andaban por acá. Si él pudo hacerlo, ¿cuánta gente más preparada que Menem puede también hacer el cambio en la Argentina?
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