Vie 11.01.2008

VERANO12

BERNARD MALAMUD X PHILIP ROTH

› Por Philip Roth

–La mañana es mala cosa –dijo Cesare–. Si la gente lo supiera, habría menos muertes.
Bernard Malamud, La vida es mejor que la muerte
[1986]

En febrero de 1961 salí de la ciudad de Iowa, donde era profesor del Taller de Escritura de la Universidad, mientras terminaba mi segundo libro, y me encaminé al Oeste para dar una conferencia en Monnmouth, Oregon. Un amigo mío del colegio estaba de profesor allí, por aquel entonces, y era él quien había propiciado que me invitaran. Acepté no sólo por la oportunidad que aquel viaje me ofrecía de ver a mis amigos los Baker –llevaba cinco años sin verlos–, sino por la promesa que Bob Baker me hizo de concertarme una entrevista con Bernard Malamud si iba a dar la conferencia.

Bern daba clases en la cercana Universidad Estatal de Corvallis. Llevaba en Corvallis, Oregon (15.000 habitantes), desde su salida de Nueva York (8.000.000 de habitantes), porque en 1949 dejó el puesto de profesor de enseñanza nocturna que en esta última ciudad tenía: doce años en el Lejano Oeste enseñando los fundamentos de la composición inglesa a los alumnos de primero y escribiendo una heterodoxa novela de béisbol, El mejor; su obra maestra, ambientada en el Brooklyn más sombrío, El dependiente; y cuatro o cinco de los mejores relatos cortos norteamericanos que he leído (y leeré) nunca. Y tampoco es que los demás relatos fuesen malos.

A principios de los cincuenta yo iba leyendo, según se publicaban –mejor dicho: tan pronto como se publicaban– en la Partisan Review y en el viejo Commentary, los relatos de Malamud que luego quedarían recogidos en el volumen El barril mágico. Me parecía que Malamud no estaba haciendo menos por sus judíos solitarios y sus peculiares inmigrantes, todos ellos formas judías del fracaso, no estaba haciendo menos por esos malamudianos cuyo dolor nunca cesaba, que Samuel Beckett, en su narración más extensa, por los miserables Molloy y Malone. Ambos escritores, aunque unidos imaginativamente (no comunalmente) con la vida en común del clan, separan los recuerdos raciales de su entorno social e histórico, sin duda más amplio, y a continuación estrechan el ángulo todo lo que pueden, para concentrarse en la deprimente ronda diaria de resistencia que sostienen los más desamparados de sus compatriotas, creando parábolas de frustración maceradas en la gravedad de los más adustos filósofos.

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