VERANO12 • SUBNOTA
La historia es real, y el personaje también. Algunos escritores afirman que para escribir es imprescindible la experiencia. Otros en cambio no le dan tanta importancia, para qué se preguntan, si ya todo pasó en la infancia. Me gusta esa idea, hay que reconocer que es bien perturbadora. En primer lugar uno se pregunta cómo soportan esos cuerpos pequeños la pura intensidad de la vida. Por otra parte también, y la pregunta es más desoladora, qué cosa es la vida, después de todo, si ya nos pasó lo que nos tenía que pasar y eso fue en los primeros años.
Escribí esta historia a los pocos días de haber sucedido en el jardín de mi casa, pero no quise adelantarme y esperé a que saliera publicada para que Mía la leyera. Durante el mes que tardó en publicarse, nunca hablamos del cuento pero estaba inquieta. ¿Y cuándo sale?, me preguntaba, con cierta inquietud, la ansiedad de quien busca encontrarse en los relatos.
Me gustan muchas cosas de Mía. Siempre me llamó la atención su síntesis del lenguaje –a los tres años, cuando lo retaba a su padre porque fumaba, le pedía que apagara el “fumadillo”–. Usaba a esa edad, raramente, el adjetivo “tímida”, pero lo embellecía, “No seas timidosa”, le decía a la gata cuando le huía.
Con Mía tuve la primera discusión sobre derechos de autor. Fue el día que ella vio el cuento publicado.
–Por fin salió mi cuento –me dijo.
–No –le dije–, es mi cuento.
Mía se rió pero fue contundente:
–Mi cuento.
–Lo escribí yo –me defendí.
Ella levantó los hombros.
–Eso no importa –me dijo.
–¿Ah, no? –pregunté.
–No –dijo–, porque la historia es mía.
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