VERANO12 • SUBNOTA
Viví en el Once cinco años de mi infancia. En José Evaristo Uriburu 443, tercer piso, departamento 21. O Uriburu entre Corrientes y Lavalle. El edificio tenía un local en planta baja y en el local funcionaba un restaurante judío. Desde entonces, el olor del borscht cuando se cocina se me grabó a fuego en la memoria (nunca mejor dicho) y cada vez que lo huelo me produce un raro déjà vu que me lleva a diferentes recuerdos de aquellos años, pero siempre ligados a ese barrio, a ese departamento en el que viví, a los colegios que fui y a historias de mi familia, a olores, secretos, alegrías y desdichas.
Muchos años después, para trabajar con esos recuerdos, con esos temas, con esos sentimientos, empecé a imaginar una trama: una trama en la que debían quedar entretejidos, como si entre todos esos materiales hubiese alguna relación ilusoria de causa y efecto. En rigor lo que buscaba era una especie de fresco que en una sola mirada revelase sus misterios. Y por supuesto sin olvidar que en ocasiones aquello que en la infancia nos pareció un misterio, con los años es desactivado por los relatos familiares que buscan higienizar el pasado y borrar, si lo hubo, todo rastro ominoso.
Es el caso de este relato. El olor del borscht mientras se cocina quiere estar ligado, en parte, a un barrio y a una percepción infantil (nunca ingenua) de los sentimientos y vaivenes familiares, por un lado, y por otro a algo aleatorio, tan aleatorio como ocurre con frecuencia en la vida, algo en cuyo seno, o en el interior de su silencio, apareciesen los hechos que llevan a confusiones irreparables: el azar, lo inesperado y el absurdo configurando el último, imprevisible tramo de una vida.
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