VERANO12 • SUBNOTA
Todos los inviernos me agarro una gripe fuerte, la diferencia fue que este año derivó en una neumonía y estuve casi dos meses sin salir a la calle. Mi uniforme era un pijama azul con el elástico agrandado, chinelas violetas y un pulóver rojo de lana que uso hace nueve años. Dentro de esas telas sueltas no me daba cuenta de cuánto estaba bajando. Iba de la cocina al escritorio, del escritorio al baño, del baño al living, pero enseguida me cansaba o me daba sueño y volvía a la cama. Estaba rodeada de bollitos de carilina, libros, vasos de agua a medio tomar, remedios, la bandeja con restos del almuerzo, tazas vacías con rodajas hinchadas de jengibre, y la notebook encima de las piernas donde seguía series y el mundo de los otros por Facebook.
Mi gato se subía a esa especie de campamento flotante que era la cama, se sentaba en una esquina, erguido, dándome la espalda con su indiferencia elegante. Parecía estar viendo más allá, con la frente alta y el cuerpo en segundo plano, como un mascarón de proa, mientras yo iba atrás, recostada sobre dos almohadas, cansada de toser, como una mujer del siglo XIX que se agarra la peste en altamar.
Me dolía el pecho. Era un dolor nuevo, que no conocía. Cada vez que giraba los hombros o hundía los dedos ahí donde me pinchaba, me venía la imagen de mis pulmones como dos sandías mordisqueadas.
Poco tiempo antes de caer, la editorial Muerde Muertos me invitó a participar del libro Osario común. Summa de fantasía y horror (que ahora acaba de salir). Aproveché los días que me sentía mejor para probar una de las historias que me había contado mi suegro de su época en la colimba.
Rolo, mi suegro, se crió en un pueblo de Tucumán que ya no existe, entre el campo y la zafra, y cuando habla de la Marina lo hace con un orgullo que avergüenza a sus hijos. Por un lado, su cabeza vuela a lo Salgari, como si hubiese recorrido los siete mares arriba de un barco. Por el otro, es un hombre de provincia que valora la disciplina, las jerarquías, la lealtad.
También es un gran contador de historias. Se toma su tiempo para los detalles, hace pausas, se ríe con anticipación, va para un lado, para otro, se detiene en algo que parece una boludez y que al final termina siendo un elemento importantísimo. La del colimba suicida es una historia poderosa, llena de tragedia y afecto.
Estar enferma tanto tiempo es como estar metida en un domingo infinito o como vivir el Día de la Marmota, donde todo vuelve a empezar en el mismo punto y sigue como ya nos imaginamos. Escribir este cuento me sacó un poco de ese estado de aburrimiento, me olvidaba de mí, de las consecuencias mortales de la neumonía, y me ocupaba de otros que tampoco saben por qué las cosas pasan cuando pasan.
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