VERANO12 • SUBNOTA › CARLOS GAMERRO
No me molestaría seguir con la duda de si fueron dos o la misma dos veces, si por lo menos pudiera estar seguro de si fue un sueño o si pasó. Vos decís que salí de la Age a eso de las cuatro, que se acuerdan bien porque tenía el papel de todos en el bolsillo, así que hasta ahí estamos más o menos bien. Según vos mi auto no estaba en la calle cuando salieron a buscarme así que manejando salí, vos sabés que esté en el estado en que esté con un par de tarjetazos hago como cien kilómetros. ¿Pero cuatrocientos? No, ya te dije que con el cuentakilómetros no contamos, si la última vez que me preguntó el mecánico no supe decirle si treintamil o cuarentamil. Incluso al principio llegué a pensar que no había salido de casa en todo el fin de semana, cuando me levanté el domingo a la noche estaban los diarios de tres días en la puerta, pero eso no quiere decir nada, en el estado en que habré llegado el domingo de madrugada los habré pasado por encima sin verlos. ¿Puede ser que haya manejado cuatrocientos kilómetros sin darme cuenta? ¿Puede ser? ¿Eh? ¿Saliendo a las cuatro?, ¿están seguros de que fue a las cuatro?, ¿y llegando antes del amanecer? No, las matemáticas dan, si yo una vez que salgo de la rotonda de Alpargatas no bajo de 180, lo que no me da es la cabeza. ¿Para qué voy a salir yo solo, en el auto, cruzarme media pampa para ir a dormir a un hotel en Gesell, que no pisaba desde que me llevaban mis viejos a pasarla mal? No me preguntes cómo sé, era Gesell y listo, viste que en los sueños los lugares vienen como con etiquetas, son, y punto. La Gesell de mi sueño se parecía bastante a la de mi infancia, había un restaurante con una jirafa azul ¿está todavía? Qué cagada, si se hubiera fundido o algo daría para pensar que nunca fui, que lo soñé todo, o al menos que pasó acá. Pero vos decís que nadie me vio, ¿nadie el viernes, nadie el sábado? No, qué viva, el jueves sí, hasta yo me vi el jueves, el silencio de radar fue de cuarenta y ocho horas justas. Te juro que hasta hice la recorrida al otro fin de semana, preguntándole a cada uno ¿vos me viste acá el viernes pasado? ¿Te acordás si estaba? Anoté los resultados en una servilleta: quince sí versus trece no. También qué querés, con gente como ésa, la mitad estaba pasada del todo cuando tendría que haberme visto o no visto, la otra mitad pasada cuando le preguntaba si me vio o no. Los que no me vieron imaginan que me vieron y los que me vieron se olvidaron de que me vieron, sin descartar los que se acuerdan, pero del fin de semana anterior, si por lo menos hubiera más de tres lugares de onda en esta ciudad la gente podría diferenciar entre un fin de semana y otro en lugar de fundirlos en un megafin de semana interminable transcurriendo entero dentro de un megalugar de onda compuesto por los tres lugares de onda comunicados entre sí por pasadizos secretos que sólo conocen los habitués; y en un fin de semana así concebido no habría nadie que no haya estado, así que ni tendría que preguntar. Igual miento, por supuesto, no entré a buscarme a mí, entré a buscarla a ella, o a ellas. Con una me alcanza. Por supuesto que no la reconocería, si sólo tengo la imagen de un torso desnudo, o de dos, ni brazos ni piernas tenía, pero no sé, tenía la esperanza, que no perdí, de que ella me reconociera a mí. Así que a todas las miraba, a todas les sonreía, buscaba contacto visual, cuando me parecía que había algo –un par de veces estuve casi seguro– la consabida ¿te acordás de mí? Mentían que sí, estaban con hambre, si les contaba toda la historia habrían jurado sobre la tumba de Madonna, era yo, era yo, era las dos, más sabiendo que yo no tenía pruebas en su contra, si eran vivas capaz que me convencían y todo, debía leerse fluorescente en mi cara la desesperación. A una me la terminé cogiendo, sólo para asegurarme, claro que en el auto mucho no iba a ver salvo que le enchufara la linterna, cuando me di cuenta ya era tarde, pensé por ahí al tacto, pero me hizo usar forro y era como leer Braille con guantes, supongo, nunca fui ciego, a veces me pongo ciego pero ahí generalmente no se me da por leer. Cómo comparar con ese polvo de sueños uno de forro, la ventaja de coger en sueños es que no hay que usar forro, no conozco a nadie que en sueños haya acabado de forro, aunque tampoco se me ha dado por hacer encuestas. Así que me la cogí, y después la tuve que llevar en auto a la casa de sus papis –en San Isidro, por qué vienen al centro si allá tienen el río, tienen Libertador, habría que poner Aduana en la General Paz– y ni siquiera pude descartarla, una menos, quedan ciento noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve, no, siguen quedando doscientas mil. Estuve tratando de pintarlas, mirá, acá está la última versión. Traté de ponerles caras, pero resultó ser un inú-til ejercicio de la imaginación. Mejor dejarlas así, no forzarlas a que sean... más. Sí, ya sé, ya adivino, si pudiera ponerle cabeza y brazos y piernas a ese torso ya no sería hermoso, no, sería una persona. Los griegos en esa la tenían clara, torsos y dinteles y capiteles y las cabezas se las tiraban a los romanos, Platón tenía razón, toda verdadera belleza es inhumana. Tienen algo de Klimt, ¿no? Especialmente la primera. Estos firuletitos acá, y el dorado, no me lo digas, fui y le dije arriba las manos, Gustav. La segunda era más espigada, muy blanca, con un fantasma de jaspeado de granito bajo la piel, menos Modigliani que Schiele, si me hago entender. Y tenía ese lunar ahí, ¿lo ves? Ese es otro de mis miedos. Si no la encuentro enseguida y deja de depilarse le va a quedar tapado, sería una catástrofe, ese lunar es clave. No, la primera también me gustó, ¿por qué me preguntás? ¿Te dice algo lo del lunar? Ah. No, pero me pareció que... No importa, dejá. Como te decía, no tengo preferencias entre la primera y la... no sé si decir la segunda o la segunda vez, ya te dije que no estoy seguro de si fueron dos o la misma dos veces. Sí, pero en el estado en que estaba no te quepa duda de que era muy capaz de confundirme un Modigliani con un Klimt. Qué bueno que viniste, disculpame si te estoy internando, pero no sabés la falta que me hacía hablar de esto. El martes por ejemplo no aguanté más, pegué un papel y salí con el auto a recorrer hoteles. Me hacía el que buscaba alojamiento y pedía ver las habitaciones, porque de lo único que me acuerdo es de la habitación, ni el frente ni el lobby ni el ascensor ni los pasillos, sólo la habitación. No me pidas que te la describa, me la acuerdo como una cara, si la veo la reconozco, pero identikit no, no. Cada vez que el botones o el conserje o el propio dueño, dependiendo del grado de tugurización, me la mostraba y no la reconocía fruncía la cara como tratando de aguantar el asco y decía gracias, está muy bien, lo voy a pensar. Avenida de Mayo, Once, Constitución; cuantas más habitaciones veía más se me mezclaban todas y se me volvían irreales, como si las hubiera soñado también, de repente me encontraba diciendo en Constitución sí, era ésta, es igual, igual a qué, a la que vi en el Once, no en el sueño. Iba por Córdoba cuando tuve la revelación en una palabra no una imagen, Jousten Hotel, pregunté en tres quioscos hasta que me pudieron decir: Corrientes y Veinticinco de Mayo. A medida que bajaba por la avenida – literalmente, sabés que ahí empieza la barranca– temblaba de emoción, voy a pedir que me dejen consultar la ficha, quizás esté el nombre, teléfono, la dirección de ella, al menos de alguna de las dos. Reconocí al soldado romano o renacentista que meditaba sobre el dintel, remedo en cemento del pensador de Miguel Angel, y tan alborozado estaba –como si nunca lo hubiera visto antes, yo que paso todos los días por ahí– que ya había cruzado Corrientes cuando vi las ventanas tapiadas y las paredes cubiertas de la costra de siglos de afiches pegados y arrancados. Hace como seis años, pibe, me contestó el quiosquero cuando le pregunté. De puro frustrado me terminé el papel ahí mismo, en el auto mal estacionado, con todo el centro a mediodía hirviéndome alrededor. Así que así están las cosas, cuanto más busco menos encuentro, se me perdió un fin de semana por ahí no sé si salí o me quedé en casa no sé si fue acá o en la costa, no sé si era una o eran dos no sé si perdí a la mujer de mi vida (o a las mujeres de mis vidas) y debo buscarla o si la soñé y estoy enloqueciendo por nada. Si ustedes por lo menos hubieran ido a bailar el viernes o el sábado sabrían si estuve o no, ni siquiera me llamaron, tanto los ofendió lo del papel, te juro que fue distracción ni sé si me la tomé quién sabe se la tomaron ellas viste cómo son, moscas a la miel cuando el papel está lleno y cuando estás por abrir el canuto al medio para raspar adentro si te he visto no me acuerdo habrá sido eso se la terminaron toda entre las dos pájaro que jaló voló y yo como un gil en Gesell despertándome un día y medio después en la única compañía de un papel vacío la frente hachada al medio saliendo del hotel un esfuerzo sobrehumano entender lo que el conserje me decía contestándole a todo que sí sálvame tarjeta de crédito me dejan ir y me subo al auto, ¿habrá sido así? atravesando ese tráfico infame de balneario colgado como un Cristo del volante un milagro que haya logrado salir a la ruta, otro manejar los cuatrocientos kilómetros de vuelta ¿será posible? Y, ya acá no, uno tiene su cancha, son años, como el caballo del lechero me sé de memoria el camino a casa, con los ojos vendados pueden soltarme cualquier madrugada en la puerta de cualquier disco y voy a saber volver. No me acuerdo la verdad que haya sido nunca de día, así que fue un sueño íntegramente nocturno –o al menos de gente, calles, luces y árboles nocturnos bajo un cielo diurno, como esos cuadros de Magritte– o si no será más simple, que dormía todo el día y me despertaba por la noche, como cualquier fin de semana, sólo que en la costa. Sol, nunca hubo sol, de eso estoy seguro. ¿Qué decía el pronóstico del tiempo en la costa ¿Cielo despejado? Qué bárbaro, nunca pensé que iba a necesitar pronosticar para atrás, igual no cambia nada, si yo de día ni asomo la nariz. El cielo igual que el de verdad, sí, pero si lo recordara sin estrellas sería igual, las nubes serían las del pedo, no me garantizaría que soñé. Te agradezco que me aguantes con esto, ya sé que te estoy internando, qué paciencia me tenés. Es como ese dilema del cuento chino de la mariposa, ¿no? No sé si tuve un sueño estupendo y ahora estoy despierto o si tuve un pedo terrible y ahora estoy sobrio. ¿Que qué hicimos? Lo de siempre: bailamos, chupamos, tomamos pala, cogimos, en ese orden, creo; sólo que si me preguntás con quién, qué, cuánta, por dónde, ya no te sé decir. Pará, pará, estoy acordándome de algo, me vino como un momento de claridad: una imagen. Estoy en el baño haciéndome pases, me miro en el espejo y atajo dos granitos pegados a los pelitos de la nariz, ningún peligro en la penumbra pero si te agarra la luz negra parecen Sirio, salgo y hay algo, como un show, pará que creo que lo tengo, lo veo re claro, un brillo de lentejuelas, lentejuelas verdes, un vestido de lentejuelas verdes largo hasta el piso centelleando bajo los reflectores y el que lo viste es un trava, ya lo tenemos, ahora sólo hace falta averiguar si acá o en la costa hubo el viernes o el sábado un desfile de travas con... ¿Estás segura? ¿Segura, segura, o lo decís por...? ¿Por qué no lo llamás a Dieguito Laín y le preguntás? ¿El jueves? ¿Y de qué mierda me sirve si fue el jueves? De tanto escucharla me la sé de memoria, la historia del jueves. El jueves sólo estaban ustedes, estábamos en la Age, de repente no estábamos más ni yo ni el Fiat Uno ni el papel de todos, cuando crucé las puertas de la Age se perdió todo rastro de mí en este mundo y el negro mar de la inconsciencia me azotó dos días con sus noches hasta depositarme con la resaca sobre la orilla incierta de mi cama. ¿Nadie sabe lo que me pasó, carajo, nadie me vio, nadie me habló, me volví el fantasma de Canterville yo? No sabés como te agradezco otros me sacan de encima con un estás muy pasado tío pero yo sé que vos sabés lo importante que es esto para mí, me estoy hundiendo y sé que ésta es mi tabla de salvación, mis tablas más bien aunque con una me conformo. No las dos a la vez ni ahí, mi primera cama de tres con dos minas tendría que acordarme siempre queda algún virgo por perder, si de algo estoy seguro es de que fue una el viernes y la otra el sábado o la misma los dos días seguidos pero las dos juntas, no, no. Tendría que acordarme, ¿no? ¿Qué? Pará, eso no te lo había contado. ¿Cómo supiste que a la segunda la encontré en el mismo lugar que a la primera? ¿Cómo supiste? No, estabas segura. ¿Eras vos? Dale, decime. ¿Eras vos, no? No salí de la Capital en todo el fin de semana, no crucé solo la pampa a ciento ochenta kilómetros por hora por una ruta recta, nos encontramos el viernes y nos fuimos a un hotel, y el sábado a otro hotel, un fin de semana banal. ¿Fuiste vos las dos veces, no? Y qué sé yo, por ahí te dio vergüenza, después. Vos siempre me tuviste... me quisiste... Digo, si me agarraste con la guardia baja y aprovechaste, a mí no me parece mal, no te juzgo. Lo único que te pido es que ahora me digas la verdad. Te juro, no puedo vivir con esta incertidumbre. ¿Eras vos, no? No, no es que no te crea, pero necesito estar seguro. Y, que me dejes ver. Pará, no te vayas, qué te pasa. ¿Te ofendiste? ¿Me ves como estoy, y te ofendés por algo así? Aparte, ni que fuera la primera vez. Sí, pero podés haber cambiado desde entonces, estar más flaca, depilarte... Vos sabés lo importante que es esto para mí, no te lo pediría si no. Sí, me acuerdo, la pasamos bárbaro aparte, pero fue hace tres años, ah bueno, dos, y yo necesito... la imagen fresca, de cuerpo presente. Por favor. Está bien, te espero. Eh, ¿ya estás? Sos rápida para los... A ver, date vuelta. Acercate un poco más. No, así no sirve, hay algo que me distrae. A ver... ¿Te jodería mucho taparte la cara? No, tenés razón, no eras vos, ninguna de las dos. Disculpame. Andá vestite ya, si querés. Che, no llores, qué te pasa, es mejor así, te aseguro, yo mantengo la ilusión y vos... Te digo la verdad, ahora que puedo, me hubiera hinchado un poco que fueras vos, no que no tuvieras derecho, pero qué sé yo... Y encima después no decirme. Así es mejor, ¿no? Dale, vas a chupar frío, vestite de una vez. Hubiera sido gracioso que fueras vos, ¿no?, la cosa más importante de mi vida que yo hubiera perdido. No, digo porque a vos te tengo, ¿no? No te perdí ni nada. No porque seas vos, no hubiese tenido nada de malo que fueras vos, me entendiste mal. Es por la ironía de la situación: yo decidido a recorrerme todos los antros de Gesell ¡de Gesell! para buscarte y vos acá, enfrente mío, todo el tiempo, toda mi vida. ¿Hace cuánto que no nos conocemos? Hay un cuento que habla de eso, no, o una leyenda, o un libro, o una película. De alguien que busca desesperadamente algo por comarcas lejanas y siempre lo tuvo adentro suyo, o no, afuera pero al alcance de la mano, etcétera. ¿Es un cuento oriental? Pensé que vos me lo habías contado. Entonces fue Marité. ¿No sería gracioso, si vos eras una y Marité la otra? Lo que me gustaría es desprenderme de esta sensación de pérdida irreparable que me quedó, o como opción de segunda saber qué es lo que me perdí. ¿Fue algo que nunca tuve o algo que tuve y perdí para siempre? ¿Hay diferencia? Lo único que sé es que no hay momento de mi vida al que volvería con más ganas, no, ni siquiera mi infancia. Y eso que no hay mucho para contar, eh. Un cuarto de hotel, sábanas siempre revueltas, un cuerpo de mina sin cara que pudieron ser dos... Pero viste cómo es, hay cosas que no se pueden explicar, las sensaciones por ejemplo, en este caso la sensación de acabar adentro de ella, o de ellas, era como si mi polvo por fin estuviera en casa, después de tanto hotel. Paradójico, por otra parte, porque si de algo me acuerdo es de que estaba en un hotel, en el sueño o en la costa o acá, para el caso da igual, ya sé que nunca lo voy a encontrar. Por las calles mejor ni me preguntés, no va a servir de nada aunque si querés saber nunca las vi tan hermosas, con semejante pureza, nada más que un manto de terciopelo negro extendido y sobre ellas las joyas de la corona desparramándose como de un cubilete, rubíes huyendo adelante y diamantes atacando de frente y amatistas titilantes en las esquinas, enormes esmeraldas en lo alto todo de una belleza sobrecogedora, pero eso sí para ayudarme a saber dónde estuve menos útiles que un cartel oxidado y doblado. ¿Nunca pensaste que en la Antigüedad adoraban las joyas porque no tenían las luces de tráfico para amar? En esta oscuridad de la que hablamos, son lo último en apagarse. No me mires así, pepa no tomé, aunque claro, no soy capaz de acordarme si manejé cuatrocientos kilómetros ciego y estoy tan seguro de que no me pusieron un papelito en la punta de la lengua. ¿Será que alguien puso ácido en mi cocaína para llevarme por el camino de la droga? En fin, otra variable a considerar, a medida que hablamos los interrogantes en lugar de resolverse se van multiplicando, así que te dejo en libertad de irte si querés. No, quién te está echando, siempre la misma paranoica vos. Ahora lo único que falta es que te vayas ofendida. Te juro que por un momento pensé que eras vos. Igual te agradezco. Es tanto lo que perdí, y tan poco lo que necesito para recuperarlo: un cartel torcido o un papelito abollado con un número de teléfono o un recibo de hotel o un ticket de peaje hasta con un sello en la mano me conformaría, pero lo único que me quedó es un puñado de imágenes cuya belleza inútil me atormentará mientras viva. A veces pienso que mientras te quedan otras cosas no apreciás del todo la belleza, no, para apreciar del todo la belleza tenés que estar medio hecho mierda, sólo podés apreciarla cuando es lo único que te queda, no.
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