Mar 12.01.2016

VERANO12 • SUBNOTA

El cuento por su autor

La historia la oí una madrugada, a bordo de un pesquero, por el banco Burdwood. El Viejo –todos lo llamábamos así– la contó varias veces seguidas. Borracho, a los gritos, de manera cada vez más desesperada y confusa. Al final de cada una de esas versiones concéntricas, aullaba: “Yo estuve ahí”. Desde mi cucheta resultaba imposible discernir si el llanto que anegaba sus palabras –espasmódico, agudo, insoportable–, era debido a los golpes que iba pegándose, o la causa era aquel mal trago que el alcohol le recordaba sin piedad. Hasta que alguien lo durmió de una trompada. Los muchachos de las redes solían ser quisquillosos con sus horas de sueño.

El Viejo había sido un pesado del sindicato, hombre del Caballo, por eso le habían dado participación en un negocio turbio que terminó mal. Y aunque ya no servía para nada, como premio por sus servicios le habían tirado un puesto en ese barco que perseguía merluzas donde por desgracia coincidimos. El Caballo había tomado el sindicato a punta de pistola en el 76 y todos hicieron la vista gorda, total se ocuparía de limpiar a los bichos colorados. El Caballo era todavía el capanga cuando yo comencé a navegar como piloto. El Caballo es aún hoy el que corta el bacalao. El Viejo ya le habrá rendido cuentas a Lucifer.

Varias veces intenté recrear aquello. Una historia de culpa y expiación imposible contada por un viejo marinero. Una historia de iniciación a la crueldad contada por un piloto joven que no logra dormirse escuchando a un viejo marinero... Una historia terrible contada sin embargo con nostalgia por un navegante retirado. No logré llevar a un final ninguno de esos intentos.

Al traducir para una antología The open boat, de Stephen Crane, volví a recordar aquel episodio en el que un barco era condenado por su tripulación, pero antes de irse a pique se cobraba un tributo. Me llamaba la atención que Crane concentrara su relato en los sobrevivientes y no diera la menor pista acerca de las circunstancias del naufragio. En lo que contaba el Viejo, así como en cada uno de mis intentos de escribir algo partiendo de su relato circular, la economía y la política tenían tanta importancia como la intensidad del viento o la altura de las olas. Finalmente, en el que hasta ahora es mi intento más nuevo de contar aquello, a la manera de Crane puse el foco en el bote salvavidas y los sobrevivientes, pero también hice materia narrativa de un complot. No me contentaba con una catástrofe natural, que suele ser refugio de los infames.

Sabía, ya que un subtítulo informa acerca de eso, que “El bote abierto” se basa en un episodio real: el hundimiento del vapor Commodore. Mientras realizaba nuevas traducciones de Crane encargadas por Eric Schierloh, di con un texto periodístico suyo y me enteré de algo más: el Commodore llevaba armas para los independentistas cubanos en guerra con España. EE.UU. quería un solo imperio en aguas del Caribe. Todos los barcos son políticos.

Nota madre

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