VERANO12 • SUBNOTA
Antes de una tormenta –generalmente en verano, cuando se la percibía inevitable– subíamos con mis hermanos por las paredes al techo de casa y nos poníamos a contemplar el cielo, en silencio, acostados sobre las chapas calientes de zinc. Mirar desde ahí cómo las nubes se iban anudando y avanzaban igual que un ejército era lo más cercano que teníamos, por ejemplo, a los mejores cuadros del expresionismo alemán. Nosotros no teníamos idea de lo que era el expresionismo pero ahí estaba. Y nos fascinaba. A veces de noche, en el techo, los relámpagos parecían reflejos de alguna batalla lejana. Siempre me gustaron las tormentas. Y siempre estuvieron asociadas a un combate. Este relato buscaba trabajar un poco con esa idea: la doble cara de una tormenta. Es decir, la batalla hacia adentro, hacia el mundo íntimo, familiar, mientras afuera se desata un temporal real. En verdad, uno no sabe muy bien cuáles son los motores de la escritura. A veces hay preguntas, ideas que se persiguen no para responderlas sino para perderse en el camino. Son una excusa, digamos, superficial para escribir. Un puerto sin destino. Porque sólo la escritura –la incertidumbre de su proceso– hace posible el camino. Esa excusa superficial, en el caso de este relato, siempre giró en torno de esta pregunta: ¿Cómo se hace para representar una tormenta?
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