–Hay un diputado radical que bromea diciendo que, en última instancia, los políticos entregan su vida para que en la lápida diga que a los 25 años fue concejal, a los 28 intendente y así sucesivamente hasta, a los 65, presidente... todo eso sirvió para muy poco. ¿Cuál es el objetivo íntimo que lo mueve a usted? ¿Quedar en la historia?

–Eso es muy infantil. Yo estoy en política porque estoy sirviendo. Quiero pagar. A mi edad es muy grande la tentación de escribir, de dedicarme a la lectura. Podría haberme conformado con ser el ex presidente que de vez en cuando escribiera un artículo sesudo. Pero tomé la decisión cuando escuché que Menem en su discurso inaugural hablaba de tierra arrasada y de corrupción. De acuerdo a cómo soy yo, dejar de actuar en política hubiera sido igual a meterme debajo de la cama.

–¿Solamente eso?

–Lo digo sin ánimo de mandarme la parte. Es una necesidad de servir. Tal vez, yo no lo detecto, pero si hurgara algún psiquiatra podría decir que estoy queriendo prolongar mi vida, qué sé yo...

–Algo de eso debe haber...

–Y... sí.

–Cualquier periodista habla de su vocación pero también siente el gusto de ver su nombre en letras de molde. ¿A usted no le pasa?

–Cómo se lo podría explicar... tiene que haber una suerte de premio. Uno siempre en el fondo quiere gratificarse. Alguna gratificación debe tener, pero si sólo ése fuera mi deseo, estaría esperando que las cosas cambien para volver a aparecer. Dedicarme a la política fue para mí una decisión inevitable.

–¿Cuándo empezó a soñar con ser presidente?

–Qué sé yo... la ilusión debe estar desde que entré en la política. A los diecisiete años ya estaba armando el primer grupo interno en Chascomús. Constituimos un grupo de diez o doce muchachos que fuimos a apoyar la fórmula Prat-Larralde. Por eso (se ríe) no me puedo quejar de los que hacen problemas internos ahora.

–Pero igual se enoja.

–Me enojo a veces. Me estaré poniendo viejo. No debería enojarme nunca.