VERANO12 • SUBNOTA
Todas las cartas estaban a su favor para resultar electo como presidente del Perú en una segunda vuelta. Hizo todo lo contrario de lo que los asesores de imagen le propusieron, y sostuvo que, “modestia aparte, todo estaba planificado”.
–¿Usted tuvo asesoramiento?
–Hablé con publicistas pero no me daban posibilidad, me decían: “Bueno, a lo sumo podría llegar a senador”, y me aseguraban que para eso tenía que “hacer noticias”, ganar espacios en los medios de comunicación, atacar a Mario Vargas Llosa y al presidente Alan García. Y me decían que por ese trabajo de asesoramiento ellos me iban a cobrar miles de dólares, unos 5000, otros 10.000 –se ríe y dispara una mirada cómplice a Lucho, su jefe de prensa.
–¿Y usted qué hizo?
–Los despedí a todos. Dije: yo mismo voy a hacer mi campaña. No voy a atacar a nadie, ni al doctor Vargas Llosa ni al presidente García, con quien estoy en desacuerdo pero se merece mi respeto. Pero sabía que había que ganarse una base de población para difundir mi propuesta. Como soy conocido en el ámbito universitario (Fujimori fue rector de la Universidad Agraria y docente durante más de una década), comenzamos a hacer circular unos folletos por ahí, sólo eso. Ni radio ni televisión. Nuestra campaña fue básicamente oral. Luego se me ocurrió sacar unos stickers que se pegaron en los buses, en esos buses destartalados que ustedes pueden ver por Lima, porque por ellos pasan un millón de personas por día. Después sucedió otro fenómeno: los conductores de taxis nos empezaron a hacer la campaña, de cada diez nos apoyaban ocho. Y con eso llegamos al 3 por ciento. Todo estaba planificado, modestia aparte –baja la voz y se reacomoda en la silla–. Yo había calculado que si me acercaba a Henry Peace podía llamar la atención del público. Y se cumplió. Fue a partir de entonces que ocurrió la explosión.
–Usted ha dicho que le gustaría inaugurar en Perú una nueva forma de hacer política, ¿en qué consistiría?
–En un tratamiento objetivo de la realidad. No voy a usar solamente imágenes, voy a dar datos. Cada problema será tratado en forma técnica. Yo no tengo experiencia en política, pero, bueno, los he vencido. Los políticos no conocen la evolución que ha sufrido la mentalidad del país. Yo voy a tener un gabinete mucho más técnico, no importa de qué partido sean los técnicos. Después habrá políticos, pero asesorando. Quisiera hacer un gobierno de unidad nacional. A mí no me preocupa, por ejemplo, la atomización en el Parlamento... ¡Ojalá fueran todos independientes y opinaran con criterios técnicos, y no por mandatos partidarios!
–¿Cuánto dinero ha gastado?
–Probablemente he gastado 1000 veces menos que el Fredemo, y no es una cifra al azar, no, es así: 1000 veces menos. Se habla de 200.000 dólares en total, pero le aseguro que eso es muy exagerado. Y ahora, lo más importante es que no tengo ataduras con nadie, que tengo las manos limpias, que puedo decir lo que quiero. Vendí mi tractor, una casita que tenía, mi camioneta. Me he quedado a patita. Pero no me até a nadie.
–Entre sus seguidores hay muchos evangelistas.
–Sí, un hecho curioso. Yo proponía honradez y moralización, y eso tuvo muy buena acogida no sólo entre los evangelistas sino en general. Con los evangelistas pasó que en mi fórmula figura Carlos García, un líder religioso muy conocido. Ellos se identificaron muy rápidamente con nosotros, y el movimiento está abierto. Pero fue importante su trabajo, sobre todo en las sierras. Hicieron una especie de evangelización. Yo, por si acaso, le aclaro que soy católico al ciento por ciento.
–Precisamente, ha recibido muchos votos en las sierras, en los bastiones de Sendero Luminoso.
–No creo que Sendero Luminoso nos vea con simpatía, pero nuestra visión del problema nos hace menos... antagónicos. Sobre todo para los campesinos que viven en las sierras, y la prueba es que hubo muy poca abstención.
–¿Cuál es esa visión del problema?
–Durante años, Acción Popular –del ex presidente Belaúnde Terry– sostuvo que Sendero Luminoso era un producto importado de Cuba y que no era, por lo tanto, un problema nacional. Eso es una miopía total. No se daba cuenta de la pobreza crítica en las sierras, eso desde el palacio no se ve. Un tercio de la población moría de hambre. Y las condiciones que ayudaron a crecer a Sendero Luminoso tuvieron mucho que ver con las políticas que se implementaban en el palacio. Yo ahora digo que la pacificación no será rápida. Los pueblos tienen el derecho de rebelión frente a la injusticia. Por eso creo que primero hay que mejorar las condiciones de vida en esas zonas, y les digo a esos dirigentes políticos: “Señores, abran sus ojos, no sólo con las armas de fuego se soluciona este problema, hay que luchar contra el hambre, contra la corrupción”.
–¿Esto quiere decir que habrá políticas de desarrollo especiales para las sierras?
–Efectivamente. Sobre todo en infraestructura vial, en sanidad, en desarrollo rural. Esos son los peores enemigos para Sendero.
–¿Y frente al problema de los cultivos de coca?
–Fíjese, tantos gobiernos, tanto dinero invertido y nada. No puedo prometer respuestas rápidas, pero rescato el criterio de Cartagena, reconocer que hay dos partes, la demanda y la producción, y que para bajar la producción es necesario bajar la demanda. Muchos de nuestros agricultores han sido obligados por la pobreza al cultivo de coca. Ahora no se trata de erradicar o de reprimir, sino que los mecanismos de la economía funcionen. Nadie va a dejar morir a sus hijos de hambre, así que hay que ofrecerles algo a cambio. Y a Estados Unidos le digo: si realmente quiere ayudar a erradicar cultivos de coca, pues bien, que colabore con la construcción de un ferrocarril para que desde el Alto Huallaga los campesinos puedan sacar rápidamente otros cultivos alternativos –como el arroz o el maíz– y tener rentabilidad. Yo creo en la rentabilidad, no en los controles. Pero también creo que todo el mundo tiene derecho a ella.
–¿Cuál es su idea del rol del Estado?
–Debe estimular la iniciativa privada, dar un marco de reglas claras, regular las relaciones entre los sectores, defender los intereses de los trabajadores. Y en cuanto al área productiva, conservar una activa presencia en petróleo, minería, minas y pesca, además de transportes. Lo demás puede privatizarse. Pero ahora estamos viendo el nerviosismo de muchos que apostaban a otro ganador porque, imagínese, pensaban no privatizar sino rematar todas las empresas públicas. El martillero iba a ser el comprador. Eso se les ha arruinado.
–¿Se va a entrevistar con el presidente García?
–Sí, en algún momento, pero por ahora no, si no van a insistir en que somos compadres.
–¿Le molestaron los rumores sobre sus vínculos con el APRA?
–Sí, pero en parte también me tranquiliza. En mi historia no debe haber material como para que me acusen de nada más grave que de ser aprista.
–Se dice que la honradez que usted predica es fácil desde el llano, pero que desde el poder las cosas se desdibujan.
–Yo me voy a ir con mi sueldo, y después seguramente volveré a ser empresario, a ver si puedo volver a ganar algo de la plata que voy a perder.
–¿Cómo se imagina al Perú dentro de cinco años?
–Como un país en el que el trabajo sirva para algo.
El trabajo es una palabra que aparece con frecuencia no sólo en el discurso sino en la historia de Alberto Fujimori. Sus padres llegaron al Perú en 1934. Naochi y Mutsue Fujimori, recién casados, habían trabajado en el Japón en la cría de gusanos de seda y en cultivos de arroz, pero en la nueva tierra intentaron un negocio de sastrería. Fracasaron y probaron suerte en el campo, entre el algodón. Allí, en Surquillo, nació Alberto, en una casa con cuartos de adobe y piso de tierra. Su infancia transcurrió después en Lima, donde su padre ensayaba con éxito otro intento: una reencauchadora de llantas que le dio una breve prosperidad. Pero la Segunda Guerra desató en la capital peruana una racha antijaponesa de la que los Fujimori fueron víctimas y que dejó en este hombre recuerdos que siguen haciéndole ensombrecer la voz.
–El negocio estaba en la avenida Grau, a pocas cuadras de donde ahora está el local de Cambio 90. Era el número 565 en la avenida Grau, exactamente. Mi padre me llevaba allí todos los días. Y recuerdo que llegaron unos señores y comenzaron a sacar las llantas, las herramientas, se llevaron todo. Yo no entendía por qué. Mi papá se quedó sin negocio, sin trabajo. Fue una época triste. Tuvo que empezar todo de nuevo. Se compró un volquete, y me llevaba a cargar arena. Lo recuerdo todo perfectamente.
La familia Fujimori nunca mantuvo lazos demasiado estrechos con la populosa colectividad japonesa peruana. En estas elecciones, los niseis –peruanos de primera generación– no votaron por él, y tienen miedo a una segunda oleada de racismo y discriminación como la que tuvo lugar hace décadas.
–Ellos apoyaron al Fredemo –dice Alberto Fujimori, sonriendo–. Yo no tengo ninguna relación con la colonia, me siento mil por ciento peruano. Muchos miembros de la colectividad japonesa son empresarios, y optaron por Vargas Llosa. Son muy conservadores, muy temerosos, y yo creo que para triunfar hace falta un poco más de agresividad. Y, además, para trabajar a nivel nacional uno no puede meterse en una pecera chica.
–¿Cuál será su actividad si Mario Vargas Llosa renuncia?
–No creo que alguien con su prestigio, con su altura intelectual pueda presentar la renuncia a estas alturas. Se trata de un compromiso moral y político. Lo único que espero es que haya un debate abierto y juego limpio, que sus personeros no sigan insultándome. Eso es lo que espero. De mi parte, nunca ataqué y no voy a atacar a nadie. Ahora, que ellos hagan lo que quieran.
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