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Recuerdos de un tiempo en que los EE.UU. se llenaron de monstruos
“El fin del mundo”, remake de un film de Roger Corman de los años ‘50, logra un raro balance entre el revival bizarro y el aggiornamiento.
› Por Horacio Bernades
Hace mucho, mucho tiempo existió un país llamado Estados Unidos, que venía de ganar una guerra mundial y por ello se daba el lujo de ser ingenuo, pueblerino y feliz. Eran los años ‘50, en la radio se escuchaba cantar a Doris Day y los jóvenes se probaban sus primeros jeans. Un peligro potencial amenazaba socavar tanta paz de corn flake y leche malteada: el peligro rojo. La suma de ingenuidad + potencial invasión comunista dio por resultado un género cinematográfico, ese de películas baratas en blanco y negro, en las que uno o más bicharracos llegaban del espacio exterior y había que exterminarlos.
Ese género tuvo sus reyes. Se llamaron Samuel Z. Arkoff y James H. Nicholson, y fueron los patriarcas de American International Pictures, la casa que durante veinte años fabricó a destajo monstruos, mutantes y terrores de toda calaña. Hoy, ambos están muertos. Nicholson (papá de Jack) se fue junto con el género, a comienzos de los ‘70. Arkoff acaba de morir, en septiembre del año pasado, a los ochenta y pico. Lo último que hizo fue participar de un autohomenaje pergeñado por su hijo, Lou Arkoff, junto con dos socios. El homenaje consistió en reeditar, para la TV, nuevas versiones de aquellos films que papá producía en los ‘50. La serie se llama Creature Features (Películas de monstruos) y en la Argentina, el sello Lk-Tel las está editando, de a una por mes, desde el mes pasado.
Primero salió La criatura (She Creature, en el original), donde el monstruo de turno es una peligrosa sirena, y ahora acaba de editarse El fin del mundo (The Day the World Ended), remake de la que a mediados de los ‘50 dirigió Roger Corman. Como la anterior, El fin del mundo logra un raro balance entre el revival y el aggiornamiento, recuperando esa ingenuidad propia de la clase B, sin dejar de darle un giro inteligente y actual. Dirigida por el desconocido Terence Gross y con actuaciones de Randy Quaid, la eterna Nastassja Kinski y el gran secundario Stephen Tobolowski (un tipo igualito al perro Dippy, a quien puede verse en la recién estrenada Memento), El fin del mundo demuestra que aquellos monstruos a quienes se dio por sepultados pueden vivir y colear otra vez.
Todo comienza cuando una terapeuta infantil (Kinski) llega a un pueblito lejos de todo, para tomar su puesto en la escuela del lugar. El comienzo presenta con admirable poder de síntesis el extrañamiento de la forastera, que cree llegar al paraíso y en su lugar encuentra un poblado sospechoso y hostil. Los lugareños la miran mal, el policía del lugar le hace una serie de advertencias, las autoridades de la escuela no quieren saber nada con ningún “médico de locos” y el director le aclara que, si va a usar muñecos didácticos, no debe vérseles “el aparato reproductor”.
Con gran lucidez, el guión hace coexistir un conflicto bien de esta época (la oposición entre modernidad urbana y reaccionarismo provinciano) con la presencia del monstruo, dándole a éste un contexto distinto. Hay un niño a quienes todos en el pueblo tratan de freak, porque tiene poderes extraños. El chico perdió a la mamá, linchada en un episodio de violencia colectiva. El médico del lugar (Quaid, que siempre parece a punto de descontrolarse) no es su padre sino quien lo adoptó tras ese incidente. El verdadero padre del chico podría no ser de este mundo. Cuando un monstruo gelatinoso comience a hacer estragos entre los culpables de aquel episodio, dará toda la impresión de que papá volvió para vengarse.
La clave para que una película “de monstruos” no caiga en la tontería reside en cómo, cuándo y por qué se muestra al bicharraco, y El fin del mundo es ejemplar en este sentido. No llama la atención, siendo Stan Winston uno de los productores. Con una foja de servicios que incluye a todas las Terminator, Alien y todas las Jurassic Park, Winston es un mago del maquillaje monstruoso, los animatronics y los efectos especiales. Su magia consiste no tanto en mostrar sus habilidades como en escamotearlas, permitiendo así que el monstruo sea algo más imaginado que visto. De talmodo, lo único cierto es que algo monstruoso se esconde en ese pueblito en el que alguna vez todos participaron de un crimen espantoso.