Sáb 12.04.2003

VIDEOS

Como “Thelma & Louise”, pero sin esquemas ni demagogias a la vista

“Sin dejar huella” es otra película mexicana de última generación, con dos mujeres bien diferentes entre sí, unidas por la necesidad.

› Por Horacio Bernades

Y tu mamá también no es la única película del cine mexicano reciente donde los protagonistas salen a la ruta, intentando dejar su pasado atrás y buscando en el interior profundo alguna clase de escape, por muy provisorio que éste sea. Poco antes, otra película del mismo origen había recorrido varios de los más importantes festivales internacionales –desde Sundance hasta San Sebastián– con su historia de amistad entre dos mujeres, lanzadas al camino. Rápidamente etiquetada como “la Thelma & Louise mexicana”, Sin dejar huella tuvo una destacable acogida internacional y llegó a verse en el Festival de Mar del Plata, un par de ediciones atrás. Exhibida en una reciente “Semana de Preestrenos Mexicanos”, esta coproducción con España –uno de cuyos papeles protagónicos está a cargo de la bellísima Aitana Sánchez-Gijón– finalmente no se estrenará en cines en la Argentina. En momentos en que lo propio ocurre con varias películas de la misma procedencia (el caso de De la calle, lanzada en video hace un par de semanas), el sello LK-Tel acaba de hacerla llegar a videoclubes de todo el país.
En verdad, aquella etiqueta no es muy justa con Sin dejar..., ya que la película dirigida por María Novaro es bastante menos esquemática y demagógica que Thelma & Louise. El film de Ridley Scott explotaba una zona álgida de la sensibilidad de época, presentando a sus heroínas como emblemáticas víctimas-vengadoras del repulsivo poder del macho. A su turno, Novaro (de quien aquí se conoció su anterior Danzón) no necesita forzar empatías con ambas protagonistas ni convertirlas en prototipos. En la obra de esta realizadora nacida en el DF en 1951, la mujer es protagonista desde siempre y el hombre no es visto necesariamente como enemigo digno de venganza. No es que sean todas flores, pero tampoco son todos palos. Y las chicas no son impolutas. Aurelia (la excelente Tiaré Scanda) le manoteó a su ex marido dinero proveniente de una venta de cocaína, levantó sus petates, se llevó a sus dos hijos y se subió a la camioneta rumbo a Cancún, donde espera conseguir trabajo en algún hotel internacional.
Tras dejar al hijo mayor al cuidado de su hermana y cargando con el bebé en brazos, Aurelia se cruzará en un bar rutero con la española “Ana” (a lo largo de toda la película jamás se sabrá el verdadero nombre del personaje de Aitana). “Ana” viene escapando del acoso del comisario Mendizábal, un tipo que se anota en cuanto negocio sucio se imagine, aparte de querer cobrarle a la chica ciertos favores con servicios sexuales (en el papel de Mendizábal, el obeso y bigotudo Jesús Ochoa parece una versión siniestra del sargento García). Historiadora del arte especializada en cultura maya, harta de no ganar un peso en lo suyo, “Ana” se dedica a traficar valiosísimas obras precolombinas y el comisario tiene los ojos puestos en ella. “¿Cómo se llama el delito ese, de cuando saquean cosas de nuestra cultura?”, le pregunta Mendizábal a un asistente, mientras se rasca la entrepierna. “Ana” viene del desierto de Sonora; Aurelia, de Ciudad Juárez. En el bar de la ruta deciden seguir juntas, con el bebé de Aurelia en el asiento de atrás y un auto rojo que no les pierde pisada, en el espejo retrovisor.
Combinando la estructura básica de road movie con la del género conocido como buddy movie (esas películas en las que ambos protagonistas, unidos por necesidad, empiezan tratándose como perro y gato y terminan haciéndose amiguísimos), Novaro no necesita subrayar que la condición femenina es más fuerte que las diferencias de clase, estilos y personalidad que distancian a Aurelia de “Ana”. De un modo muy semejante a lo que los hermanos Cuarón harían poco más tarde en Y tu mamá también, la realizadora deja asomarse, como marco de esta travesía femenina, un México que no responde al de las tarjetas postales. Atravesándolo desde los polvorientos desiertos del norte hasta las exuberantes selvas y playas del Yucatán, las mujeres se cruzarán con la miseria, las pintadas pro-zapatistas, los operativos militares y, al fondo, las chimeneas de las plantas petroquímicas, largando sus chorros de fuego. Del mismo modo que cambia el paisaje mutan las canciones en la banda sonora, pasando de los narco-corridos norteños a las rancheras del sur. “No hay retorno”, dice un cartel de tránsito, antes de que un final deliberadamente rosa sirva como respuesta a aquel pacto suicida que Thelma y Louise celebraban en ralenti.

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