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Una nueva oportunidad para ver un auténtico clásico
La edición en DVD de “Barrio Chino” ofrece, como bonus, una entrevista a Roman Polanski, además de incluir el trailer original del film.
› Por Horacio Bernades
Sin considerar las enormes ventajas comparativas que ofrece en términos de imagen y sonido, el formato DVD brinda otras posibilidades, que amplían el campo de apreciación por parte del espectador interesado. Más allá de que, en este terreno, la línea que separa valor estético de argumento de venta se hace prácticamente indiscernible, la posibilidad de conocer una obra tal como fue concebida originalmente por su autor (el caso de la flamante edición de Casi famosos; ver Play) no existía antes de que este formato se pusiera en circulación. Lo cual lo vuelve invalorable. Otro tanto puede decirse de ciertos adicionales, que enriquecen el conocimiento de la obra en cuestión (no todos; el making off que casi todos los devedés incluyen suele ser parte de la mera maquinaria promocional de una película). Los story-boards incluidos en la edición especial de El Padrino, o el análisis que escenógrafo y director de fotografía hacen sobre su trabajo, tienden a convertir esa edición de la saga de Coppola en algo semejante a una gigantesca y completísima enciclopedia visual.
En otros casos, la mera posibilidad de recuperar una película-hito, en condiciones técnicas inmejorables, justifica la existencia misma del formato. Es lo que ocurre con la edición de Barrio Chino que el sello AVH lanzará en los próximos días, y que ofrece, como bonus, breves pero interesantísimas entrevistas a Roman Polanski, el productor Robert Evans y el guionista, Robert Towne, además de incluir el trailer original de la película. Conviene tener en cuenta que la que se edita ahora es la primera versión en stereo (dolby remasterizado) de la película, ya que en su momento se estrenó en sistema mono. La entera digitalización de Barrio Chino restituye, en el formato panorámico original y en su grado justo, el extraordinario trabajo de imagen y color a cargo del iluminador John Alonzo. Puesto a fotografiar Los Angeles en los años ‘30, éste la visualiza en tonos apastelados, a través de la bruma del sol y la sequedad ambiente. Pero también, la bruma que vela aquella época, a los ojos de ésta.
Realizada en un momento de recuperación y relectura de géneros clásicos (los primeros ‘70, luego de la ola innovadora de la década anterior), Chinatown opera, sobre el film noir en sincronía con lo que por entonces intentaban Coppola con el film de gangsters (en El Padrino), George Lucas con el serial mudo (La guerra de las galaxias), Peter Bogdanovich con las comedias de los años ‘30 (¿Qué pasa, doctor? y Luna de papel) y poco más tarde Scorsese en relación con el musical (New York, New York). Más específicamente, Barrio Chino entronca con el fuerte revival que por aquella época se daba en relación con el film noir y la novela negra en general, y que había vuelto a poner sobre el tapete, más presentes que nunca, los nombres de Chandler, Hammett y James Cain. En 1973, un año antes de Barrio Chino, Robert Altman había filmado una versión aggiornada de El largo adiós, y después de la película de Polanski se conocerían versiones de Adiós, muñeca y El cartero llama dos veces.
Eran tiempos del escándalo Watergate y de la derrota en Vietnam, y América volvía a mirarse en el espejo de esos relatos en los que el poder, el crimen y la corrupción se hacían indisociables. A partir de un extraordinario guión de Robert Towne y aportando su propia fascinación por lo perverso, Polanski da en Barrio Chino un par de vueltas de tuerca más, ligando la propia fundación de la ciudad de Los Angeles con los negociados, la estafa al erario público y el asesinato, y a todo esto con la idea de incesto y violación. Todo ello se ve materializado en la figura de Noah Cross, el monstruoso entrepreneur que encarna, no por casualidad, uno de los fundadores del cine negro, John Huston, realizador de El halcón maltés. Amoral, libre de todo arrepentimiento y con una figura (una boca, sobre todo) que parece la de un reptil gigantesco y untuoso, lapersonificación de Huston es de esas que quedan grabadas en el rincón más oscuro de la memoria.
El título mismo asume una condición fatal, al nombrar ese lugar que el detective privado J.J. Gittes quiere olvidar y no puede. Como llamada de nuevo a su origen más ominoso, la propia historia irá a parar otra vez allí, al Barrio Chino, donde una vez más el mal volverá a triunfar. A propósito, conviene recordar que ese final, cuya negritud se ve realzada por una melancólica trompeta solitaria, es de pura autoría de Polanski, que terminó imponiéndolo sobre la versión original de Towne. En ella se abría una puerta de escape que aquí, en cambio, se cierra para siempre.