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Un repaso al álbum familiar de Homero, Bart y sus amigos
La edición en video de la primera temporada completa de “Los Simpson” permite ver esos episodios iniciales como documento histórico.
› Por Horacio Bernades
Era un sábado de diciembre. A las ocho y media de la noche, apareció por primera vez una familia de color amarillo y ojos saltones que, a diferencia de la mayoría de las proles televisivas, no era precisamente un modelo. La principal ocupación de papá (cuando no estaba propiciando un derrame nuclear en la planta donde trabaja) era: tirarse panza arriba en el sillón del living, engullir donuts, bajar latas de cerveza y mirar la tele, además de fracasar en cualquier empeño. Mamá no la pasaba del todo bien cuando se quedaba sola en casa, sin nada para hacer, y lucía un extraño peinado azul, en forma de banana. El nene era la piel de Judas, y volvía locos a los profesores en la escuela. La hija mayor se dedicaba a reflexionar sobre el mundo o a tocar el saxo, y la bebé chupaba y chupaba su chupete, mientras se tropezaba y caía de trompa al piso.
Era el sábado 17 de diciembre de 1989, y esa familia tan poco modélica empezaba a convertirse, paradójicamente, en un modelo de familia (disfuncional, poco exitosa, algo así como las sobras del sueño americano), implantando su huella, hasta hoy y quién sabe durante cuanto tiempo más, en la televisión, el cine, la cultura y, por qué no, la vida cotidiana del planeta Tierra. Con los Simpson, ser vago y malentretenido dejó de ser motivo de culpa y pasó a convertirse en un espejo donde la familia contemporánea podía verse reflejada, sin sentirse mal por ello. Hoy, los Simpson son historia viva, compañeros de ruta, el núcleo adoptivo de cada telespectador. La reciente edición, por parte del sello Gativideo, de la primera temporada completa de “Los Simpson”, permite ver esos trece episodios iniciales como quien repasa el álbum familiar. Es como si el tiempo no hubiera pasado. No sólo porque ellos son, hoy, los mismos que ayer, sino porque ayer eran, ya, el espejo de lo que vendría.
La edición se presenta en dos formatos. En quioscos de revistas se consigue, desde hace un par de meses, un pack de seis cajitas en VHS, acompañado de un cuadernillo ad hoc, mientras una caja que contiene cinco devedés se viene anunciando desde hace rato, y no debería tardar mucho más en llegar a videoclubes. Eso sí: no se ilusione el coleccionista con la posibilidad de oír, finalmente, el audio original. Por ahora, las voces de Dan Castellaneta, Julie Kavner, Nancy Cartwright seguirán siendo, apenas, nombres que desfilan en los créditos finales: tanto los VHS como los DVD contienen sólo la versión doblada al castellano. Claro que nadie querrá dejar de tener en casa el momento fundacional, la madre del borrego, la primera temporada juntos, por ese solo detalle.
A lo largo de estos trece episodios se despliega, en el lapso de casi cinco horas, la vida cotidiana en casa de Homero y los suyos. Y fuera de casa también: se va dibujando aquí, cada veintidós minutos exactos, la entera topografía, física y humana, de la ciudad de Springfield. Chochea por primera vez el abuelo, destilan su veneno las tías Patty y Selma, se jacta el vecino Ned Flanders de ser un triunfador, tortura el señor Burns a sus pobres empleados, el payaso Krusty bebe sus primeros whiskies, Moe el cantinero entra en cada “cargada” telefónica de Bart, Apu asoma tras el mostrador de su minimercado, Itchy & Scratchy se desangran en la pantalla del televisor. Lo que diferencia, pared de por medio, a los Simpson de los Flanders (de un lado, la familia modelo del país oficial; del otro, los que no encajan en él) siendo lo que da a “Los Simpson” toda su subversividad, al elegir Matt Groening contar la vida americana desde el lado de los perdedores, y hacerlos infinitamente más simpáticos y queribles que su contraparte.
Lo demás es el permanente diálogo con la cultura contemporánea, a través de citas, alusiones, parodias y paráfrasis que comentan, impugnan, corroen y satirizan el mundo de los ‘90 para acá (el solo hecho de que la serie haya comenzado casi al mismo tiempo que el menemismo le da un filo particular, visto desde este lado del mundo). La compilación permite verificar, en bloque, el asombroso funcionamiento de ese mecanismo cómico y narrativo, tipo bola de nieve, que hace que cada episodio, a partir de un hecho mínimo, evolucione hasta grados inverosímiles de delirio y absurdo. Allí, los Simpson triunfan sobre la dictadura de lo cotidiano, internándose en un mundo en el que ya no quedan barreras para la imaginación. En ese momento, todo es puro deleite, y el espectador puede olvidarse, durante 22 eternos minutos, de que existe una triste rutina a la que llamamos realidad.