Sáb 02.08.2003

VIDEOS

El amor y la buena comida, artes complementarias

El film alemán “Bella Martha”, de Sandra Nettelbeck, es de esos que parecen hechos para agradar, pero no cae en sensiblerías.

› Por Horacio Bernades

La comida y sus metáforas: en La fiesta de Babette, la exquisitez de la haute cuisine adquiría un sentido casi lúbrico para los severos vecinos daneses; en Big Night, aferrarse a la cocina tradicional italiana era un modo de resistir en la tierra del fast food. En Bella Martha, una buena cocción es el resultado de un esfuerzo casi ingenieril. En él, la perfecta dosificación de raciones, componentes y aderezos se convierte en imperativo categórico. Diferencias culturales, en el fondo: para la francesa Babette todo era cuestión de refinamiento y el cuciniere de Big Night no se mostraba dispuesto a aligerar una salsa ni suprimir un solo hidrato de carbono. Como buena alemana, para la protagonista de Bella Martha infringir el decálogo culinario resultaría una transgresión impensable. Tan impensable como sería, para los protagonistas de El asadito, no hacer de la carne un ritual de socialización.
Presentada hace un par de años en el Festival de Toronto y todo un éxito de público en su país de origen y el resto de Europa, en la Argentina el sello AVH lanzará Bella Martha (cuyo título de distribución internacional es Mostly Martha) directamente en video. Dirigida por Sandra Nettelbeck y protagonizada por la espléndida Martina Gedeck (ganadora de varios premios por este film), Bella Martha cuenta en su elenco con el italiano Sergio Castellito (conocido aquí por sus papeles en La carne y El fabricante de estrellas) y el danés Ulrich Thomsen, menos identificable por su nombre que por haber sido el protagonista de La celebración.
Estricta y con un alto sentido del profesionalismo, Martha trabaja como jefa de cocina en un restorán de primera categoría de Hamburgo, donde llega todos los días puntualmente y sigue bien de cerca las maniobras de la gente a su cargo. De vida sumamente organizada, vivir sola parecería, para ella, parte de una rutina asumida. Eso no quiere decir que se sienta satisfecha, como lo demuestran sus visitas semanales al psicoanalista (a quien cada tanto le prepara algún platito) o la súbita invitación a cenar que le hace al vecino del piso de abajo, arquitecto separado y recién mudado (Thomsen). Más allá de su culto por las reglas, ni por edad ni por tipo físico (es bonita, delicada y atractiva) responde esta bella Martha a las categorías de “bruja” o “solterona”.
Un par de imprevistos pondrá en crisis sus hábitos superestructurados. Primero deberá llevar a vivir con ella a su sobrina de diez años, quien, como consecuencia de una conmocionante tragedia familiar, primero se niega a probar bocado y más tarde comenzará a manifestar su rebeldía ante el férreo orden doméstico impuesto por la tía. Enseguida, Mar-tha se encontrará con que su equipo de cocineros cuenta con un nuevo miembro, el italiano Mario (Castellito, ganador también de algún premio por este papel). Previsiblemente, el recién llegado desordenará con alegría tanta prolijidad culinaria... y sentimental.
Narrada con gran sobriedad y tanta precisión y delicadeza como las de su protagonista, la película de Nettelbeck responde puntillosamente al esquema del tipo de películas que se conocen como crowd-pleasers, o films hechos para agradar. El pasaje de una soltería más o menos agria a un mundo rico en afectos es primordial en esta clase de films, y Bella Martha lo sigue con la misma fidelidad con la que incurre en ciertos estereotipos étnicos. Sin embargo, a diferencia de films similares (Pan y tulipanes es un sobreestimadísimo ejemplo reciente), Nettelbeck se mantiene firme frente a toda tentación sensiblero-sentimental, evitando derroches de ternura o simpatías preformateadas. La realizadora prefiere el pudor de las elipsis a los golpes bajos emocionales, como bien lo demuestra el modo ejemplar con que narra un duelo dolorosísimo, o cuando afronta los primeros escarceos amorosos.
Apoyándose con buen criterio sobre la presencia de la protagonista, Nettelbeck se comporta con tanto sentido del equilibrio como la propia Martha. Que, cuando la presión de la cocina es demasiada, se toma –sin que nadie lo advierta– un recreo en el frigorífico aledaño. Cuestión de echar algunos paños fríos sobre tanto calor.

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