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Una forma de redescubrir el gran mundo animado de “Looney Tunes”
Se editó una serie recopilatoria de cortos protagonizados por Bugs Bunny, el pato Lucas, Tweety & Silvestre y otros graciosos personajes.
› Por Horacio Bernades
La semana próxima, los legendarios dibujitos de la Warner –aquellos de Bugs Bunny, el pato Lucas & Cía.– volverán a la pantalla grande, alternando con actores de carne y hueso en Looney Tunes: de nuevo en acción, en la que el gran Joe Dante les rinde el homenaje que se merecen. Con gran sentido de la oportunidad, el sello AVH acaba de editar la colección Looney Tunes, compuesta de varios videos y devedés. Se trata de varias compilaciones hechas en forma reciente por la Warner, integradas por alrededor de una quincena de cortos cada una (cada dibujito dura 7 minutos clavados). Uno de esos compilados está enteramente dedicado al viejo Bugs; otro, a las andanzas del Pato Lucas; hay uno de El Coyote y el Correcaminos y en los restantes aparece el seleccionado completo, incluyendo a Tweety & Silvestre, Porky, el gallo Claudio, Sam El Pistolas y siguen las firmas.
Lanzados a venta directa, los VHS se consiguen en kioscos de diarios y revistas y casas de venta de videos, mientras que los DVD (que incluyen los habituales bonus) se encuentran, para venta o alquiler, en videoclubes. La oportunidad de llevarse a casa cerca de un centenar de estos cortos (doblados al castellano, como siempre se los conoció aquí) representa, como nadie ignora, uno de los más certeros pasajes a la felicidad. Establecido hacia fines de los años ‘30 y regido por el productor Leon Schlesinger, el departamento de animación de la Warner llegaría a ser, a lo largo de las dos décadas si-guientes y hasta su disolución (a comienzos de los ’60), una de las más formidables usinas creativas del arte popular del siglo XX.
Generalmente con guiones de Mike Mantese, dirección de Chuck Jones, I. Freleng o Robert McKimson y el asombroso Mel Blanc en todas las voces, las Looney Tunes/Merry Melodies (tal el nombre del equipo) solían caracterizarse por esquemas dramáticos sencillísimos, como el de acción-respuesta o el de persecución-huida, a cargo de dos rivales encarnizados. Piénsese en la rivalidad entre Bugs y Lucas (que funcionaban un poco como hermanos que se aman y se odian) o en la lógica de cadena alimentaria que pone fatalmente a Silvestre y el Coyote detrás de Tweety y el Correcaminos. En algún caso, la pulsión es de otro orden, como demuestran los incansables argumentos de seducción de los que el zorrino Pepé le Pew echa mano, con tal de conquistar a una preciosa gatita.
Como enseñó Disney, cada personaje aparece dotado de un carácter, y ese carácter suele estar teñido de antropomorfismo. Bugs es un vivo de respuesta veloz y gran astucia mimética (de hecho, sus creadores confiesan haber tenido siempre como modelo a Groucho Marx, lo cual llevaría a imaginar la zanahoria como sustituto del habano); Lucas, un protestón lleno de preocupaciones, acelerado a veces hasta la histeria. En su letal ingenuidad, Tweety tiene algo de niño, mientras que el Coyote “es” Chuck Jones, uno de sus creadores. “En casa, cada vez que agarro algún aparato, mi mujer y mis hijos huyen para ponerse a resguardo”, le confesó alguna vez el gran Chuck a Peter Bogdanovich. En cuanto al zorrino Pepé, ¿algún hombre no se sintió alguna vez como él, de rebote en rebote y vuelta a insistir?
Más allá de esta condición representativa, el estilo Warner jamás se caracterizó –a diferencia de Disney– por su búsqueda de realismo, dicho esto tanto en términos de dibujo y animación como de credo estético en general. El diseño es básico y geométrico; los fondos, limitados a lo imprescindible. Nada de esas descomunales e hiperdetalladas reconstrucciones disneyanas; sólo lo necesario para echar a andar la mecánica del gag, como en un corto de Keaton o Mac Sennett. A ello, estos genios le sumaron la libertad propia de la animación, a la que le sacaron todo el jugo para inventar un mundo alternativo. En él pueden caer yunques del cielo, los coyotes quedan suspendidos en el aire, los pajarracos disparan a velocidades supersónicas, un pato se expresa mediante cartelitos y un conejo pregunta, con irresistible pose de canchero: “¿Qué hay de nuevo, viejo?”.