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En “The Ring 2”, ese maldito video prolonga el espiral de la muerte
Dirigida por Hideo Tanaka, la segunda parte de la inquietante saga japonesa es una obra maestra de terror psíquico y paranormal.
› Por Horacio Bernades
Ring quiere decir anillo. Haciendo honor a su título, la saga de The Ring (Ringu, en japonés) parecería querer extenderse al infinito, dibujando una serie de espirales, cada vez más intrincados. Todo empezó con una novela, luego una serie, enseguida una primera versión cinematográfica (de 1998, que en la Argentina se estrenó recién hace unos meses) y al año siguiente llegó Ringu 2. Como quien tira una piedra al agua, de allí en más los anillos descriptos por The Ring llegaron a Hollywood, con una remake de la primera parte, conocida aquí como La llamada. El propio Hideo Nakata, director de las versiones originales, está en este mismo momento dando los retoques finales a la remake estadounidense de Ringu 2, cuyo estreno local se anuncia para comienzos del año próximo. Buen momento, entonces, para conocer la versión original de la secuela, por más que todo esto suene casi a un trabalenguas japonés.
El hecho es que el sello SBP acaba de editar Ringu 2 en la Argentina, en formato VHS y DVD. Dirigida por Nakata –cuya posterior Dark Water terminó de consagrarlo como uno de los líderes mundiales del género de terror– y estrenada originalmente en 1999, The Ring 2 (con ese título se lanza ahora aquí) no hizo más que prolongar el carácter de fenómeno de culto de la primera, recaudando incluso el doble que aquélla en Japón. Lo ha hecho en buena ley: quebrantando aquel viejo axioma sobre las segundas partes, ésta supera incluso a la primera, en términos de atmósfera y dominio de la puesta en escena por parte del realizador. Breve recapitulación: según cierta leyenda urbana, la exposición a un maldito video termina ocasionando la muerte de quien lo haga. A menos que –en una suerte de versión adulta de la mancha venenosa– quien lo haya hecho logre pasarle el video a una nueva víctima, antes de que se cumplan siete días. En la primera parte, una periodista llamada Reiko se puso a investigar el asunto en compañía de su ex marido, dando finalmente con el origen de la maldición.
Ahora, en la segunda parte, otra chica retoma la investigación. Se trata de Mai (la bellísima Miki Takano, actriz y cantante pop que aparecía en la Ringu original), asistente y amante del marido de Reiko, un profesor de matemáticas que no vivió para contarlo. Repitiendo de alguna manera el esquema, a Mai se le sumará un periodista, de papel tan subsidiario como el que aquel matemático cumplía en el film original. En algún momento, Mai dará con Reiko y su pequeño hijo Yoichi, ambos sumamente traumatizados tras su experiencia anterior. Finalmente, Mai y el niño irán a parar a la isla en la que todo tuvo su origen, develando las razones por las cuales cierta muchacha fue a dar a un pozo tapiado, en el que permaneció encerrada treinta años, hasta su muerte. Develar el secreto representará la posibilidad de dejar en calma los espíritus vengadores, reconciliando el mundo de los muertos con el de los vivos y liberando al niño de su trauma. Con guión del propio Nakata, Mai funciona aquí como versión femenina de Orfeo, descendiendo al mundo de los muertos para rescatar no ya a un amado sino a un niño y una niña, prisioneros de este averno nipón.
Como en la Ringu original (y como también en la posterior Dark Water), Nakata aborda el género desde los antípodas, con respecto al Hollywood reciente y sus repetidoras. A la vez que hace hincapié en el drama íntimo, el realizador encara la historia más desde el lugar del relato de fantasmas –larga tradición de la literatura y el cine nipones– que desde el del cuento de miedo. El recorrido de Mai es laberíntico, y la película incluye tanto el terror magnético de la anterior (gracias al video, que sigue circulando de mano en mano, siempre generando a su paso una verdadera epidemia de muerte y locura) como la incursión en el terror paranormal, a través de ciertos poderes mentales que, por alguna razón algo oscura, el pequeño Yoichi revela poseer. En algún momento y sobre el final, las pixeladas figuras del video cobrarán existencia física, en laque es, seguramente, la escena más aterradora de la película. Pero ese terror es siempre de orden psíquico, eventualmente fantasmal, antes que corpóreo, orgánico o producido por una descarga de efectos especiales. Es esa la lección que Nakata le da al cine occidental, recurriendo a una tradición nacional de larga data: el kaidan-eiga o relato de fantasmas, cuyas raíces se pierden casi en la noche de los siglos.