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› “NORTHFORK”, DE MARK Y MICHAEL POLISH
Réquiem de almas olvidadas para una apocalíptica América profunda
El film retrata los últimos días de un pueblo del medio oeste de los Estados Unidos.
› Por Horacio Bernades
¿Dos hermanos gemelos que escriben, dirigen, producen y actúan, haciendo de siameses unidos a la altura del tórax? Vista unos años atrás en el Festival de Mar del Plata, Twin Falls Idaho era algo así como el paraíso del freakismo cinematográfico. No sólo por las peculiaridades de sus creadores, sino por la película en sí, rara clase de melodrama fraterno que –además de incluir el ménage-a-trois más osado que alguien haya imaginado jamás– estaba como envuelta en una atmósfera extraña, perversa y naïf al mismo tiempo. Todo ello –menos el ménage-a-trois– reaparece en Northfork, opus 3 de los hermanos Mark y Michael Polish. En Estados Unidos se la conoció a mediados del año pasado, y en la Argentina el sello AVH acaba de editarla directamente en VHS y DVD, con el subtítulo de Almas olvidadas. Tocada por el perfume de lo exótico, Northfork es la clase de película que puede generar éxtasis en algunos, dejando a otros entre absortos y contrariados.
Que no se trata de una película convencional queda claro de entrada, cuando se escanden unos fundidos-encadenados, soldando una serie de imágenes aparentemente desconectadas. Desconectadas e inusuales. Primero la superficie de un lago, de la cual emerge un ataúd; luego, el plano detalle de un rostro lleno de irregularidades (el de James Woods, nada menos) y enseguida la imagen de un niño que corre por una pradera. La discontinuidad iconográfica y narrativa, la frecuente irrupción de lo insólito y el gusto por un pictoricismo que parecería beber sobre todo del surrealismo, el dadaísmo y corrientes afines signarán el resto del metraje. Escrita por los propios Polish, North-fork tiene lugar durante los años ’50 y se asienta en el pueblo homónimo, en el Oeste Medio de los Estados Unidos. Son los últimos días del pueblo, a punto de ser anegado para siempre, para emplazar allí una represa hidroeléctrica. Rápidamente, los signos de lo bíblico y apocalíptico comienzan a pulular.
Hay un párroco cuyo discurso finalista se corresponde con su rostro gastado (Nick Nolte parece hundido hasta el gañote en una de sus monumentales resacas), un niño en estado catatónico al que el togado cuida en su lecho de enfermo, un cementerio al que la cámara de los hermanos Polish viaja con frecuencia, un equipo de “desalojadores” que trabaja para la empresa de energía y otro grupo contrario y simétrico, que daría toda la sensación de existir sólo en los sueños del niño. La aparición de estos dos grupos opuestos (unos son como parcos enviados de la Parca, visten enteramente de negro y llevan sombrero; los otros dicen ser ángeles) hacen pensar que en el pueblito de North-fork se ha desatado una batalla en el cielo. Como esas que son tan frecuentes en las novelas de Stephen King. Pero claro, aquí terminan las coincidencias con el universo del autor de It y comienzan otras vinculaciones algo más anómalas.
La obsesión con la muerte, lo oscuro y lo extraño hace pensar en algunas películas de Tim Burton, y el aire de enrarecimiento de lo cotidiano y pueblerino evoca inevitablemente al David Lynch de Eraserhead o Twin Peaks. Sin embargo, si algo predomina en el estilo y el enfoque de los hermanos Polish (uno de ellos, Mark, hace de uno de los “desalojadores”, junto a James Woods y un siempre impertérrito Peter Coyote) es el distanciamiento irónico (sobre qué están ironizando ya es más difícil de decir) y el gusto por descolocar al espectador con juegos mentales. Totalmente excéntricos son esos presuntos ángeles que pueblan los sueños del niño (¿o se trata acaso de recuerdos?), entre los cuales es posible detectar a Anthony Edwards (de la serie E.R.) y a una Daryl Hannah de peluca azabache. El se llama Happy y lleva montado un extraño arnés óptico, de lentes rotatorias. Ella es una (¿o un?) hermafrodita, de nombre Flower Hercules. Los otros dos miembros de esta brigada angélica son un cowboy impávido y un líder dado al revoleo de plumas, llamado Taza de Té.Qué es lo que todo esto significa resulta de respuesta improbable. Y en verdad da la sensación de que no vale la pena buscarle demasiado la vuelta: a los hermanos parece gustarles lo lúdico, el ejercicio de una forma de dandismo cinematográfico, para el que importa más el gesto que el sentido. Ese es también el límite de una película como Northfork y de un mundo como el de Mark y Michael Polish. Da la sensación de que el cine es para ellos algo parecido a un trencito eléctrico. Eso sí: en este trencito, la locomotora puede ir en cualquier parte, menos al frente del convoy.