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› PEQUEÑAS HERIDAS
Tribulaciones de un Don Juan francés
El film de Pascal Bonitzer narra el desconcierto ideológico y sentimental que acecha a un periodista en problemas.
› Por Horacio Bernades
En Palombella rosa –tal vez la película más genial de un cineasta de genio–, Nanni More-
tti había logrado ironizar amargamente sobre el post-comunismo italiano, vinculándolo con la peripecia de un waterpolista amnésico, que tras un ridículo accidente de auto no recordaba quién era él, ni el waterpolo, ni su militancia previa. En Pétites coupures, el realizador y guionista francés Pascal Bonitzer abraza una quimera semejante, narrando el desconcierto terminal de un periodista –un cuadro que parece no haberse enterado que el Muro cayó hace rato– en el marco de un vodevil galante, en el que la confusión amorosa se fusiona con el extravío político-ideológico. Presentada en la edición 2003 del Festival de Berlín y con un gran elenco encabezado por Daniel Auteuil, la película circula en VHS y DVD con el título de Pequeñas heridas. Es parte del paquete de títulos inéditos que el sello SBP lanzó hace unas semanas, con el marbete general de “Primer Tour del Cine Francés en Argentina”.
Con la estructura y dinámica de una road movie –en la que el protagonista no para de girar en círculos–, ya de entrada las cosas no se presentan nada bien para Bruno Beckmann (Auteuil). Su mujer, Gaelle (Emanuelle Devos, protagonista del policial Lee mis labios) acaba de enterarse de que Bruno la engaña con la veinteañera Nathalie (Ludivine Seigner, omnipresente sex symbol del nuevo cine francés). Gaelle no lo piensa demasiado: en lugar de ir al encuentro de su esposo, se apersona en una agencia de viajes y saca un pasaje de avión para el destino más lejano. Bruno niega, ruega, finalmente toma un cutter y amenaza con cortarse los dedos. Se los corta nomás, andando el resto de la película con una venda en su mano izquierda. Buena ocasión para que Nathalie, antes de largarlo también por pusilánime, le pegue un buen mordiscón en la herida. Dos mujeres más tendrá ese patético donjuán stalinista en los noventa y pico de minutos que dura Pétites coupures. Las perderá también, junto con sus últimos restos de dignidad.
Uno de los guionistas más requeridos del cine francés durante las últimas dos décadas, Pascal Bonitzer fue miembro de la redacción de Cahiers du Cinéma y es coautor de no pocos libros de crítica y teoría cinematográfica. Entre sus más notorios aportes a la obra de terceros se cuentan sus guiones para André Téchiné (El lugar del crimen, Mi estación preferida), Raúl Ruiz (Tres vidas y una sola muerte, Genealogías de un crimen) y, sobre todo, Jacques Rivette (La belle noiseuse, la reciente Historia de Marie y Julien). Dueño de una espaciada obra propia desde fines de los ’80, en Pequeñas heridas Bonitzer demuestra por qué es un primus inter pares entre los guionistas franceses. Conduce a sus personajes con habilidad de titiritero, los compone a partir de una multitud de detalles y pone en su boca diálogos que parecen nimios, pero son enormemente significativos. Además logra darles a ciertos objetos un carácter revelador, como cierto anillo que Bruno deja circular entre sus mujeres y amantes, de modo tan irresponsable como el que preside sus relaciones.
El tono lúdico y suavemente burlón, el ligero absurdo que campea sobre las situaciones (en la escena inicial, una mujer empieza prestándole su lápiz labial y termina facilitándole un tampón a una desconocida... que resulta ser la amante de su marido), la extrañeza que hechos y conductas generan sobre el espectador y hasta el roce con el fantástico (como cierta niebla en la que el protagonista se hunde en una escena, y que parece transportarlo a otro plano de realidad) indican que no fueron en vano las colaboraciones de Bonitzer con ese maestro del desconcierto que es el chileno Raúl Ruiz. Como la Deneuve en varias películas de éste, aquí la británica Kristin Scott-Thomas (que habla perfectamente el francés) es un personaje tan evanescente como intrigante, eventualmente irritante. Hija adoptiva de un consejero municipal comunista que se dedica a chantajear a sus rivales (Jean Yanne, protagonista de El carnicero), Scott-Thomas resulta ser también su mujer, y en una noche en la que parece dispuesta a todo terminará dejando a Bruno en la estacada. Que su personaje se llame Béatrice –como cierta mujer soñada que encandilaba al protagonista de La divina comedia– no deja de ser un detalle tan juguetón como pertinente. Como el Dante, Bruno se extravía también en un bosque oscuro. Justo en la mitad del camino de su vida recorrerá sus propios infierno y purgatorio. Salvo que, así como se lo ve –y a pesar de que al final logre volver de la muerte–, no da la sensación de que pueda alcanzar jamás ningún paraíso.