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› PAULINE EN LA PLAYA, DE ERIC ROHMER
Intercambio de pasiones, pero al servicio de la razón
El director francés revela su estilo a través de una notable comedia de enredos.
› Por Horacio Bernades
“No me pienso mover de acá”, dice Marion, recién llegada a su casa de vacaciones de la costa normanda. De allí en más prácticamente no habrá momento que pase en casa, contradiciendo prolija y sistemáticamente las intenciones declaradas. Ese desfase entre palabra y acto, entre voluntad y deseo, entre lo que se propone y lo que se hace, es esencial al cine de Eric Rohmer y adquiere un carácter casi de declaración de principios en Pauline à la plage, film de los ’80 que jamás se estrenó comercialmente en la Argentina. Se la vio, sí, en más de un ciclo retrospectivo dedicado al realizador. Editada por el sello Renacimiento Nuevo Siglo (RNS), desde hace unas semanas circula en video, para la venta y el alquiler, con el título de Pauline en la playa. Lo cual constituye un pequeño acontecimiento, sin duda.
Como es sabido, Rohmer –uno de los cineastas más programáticos de toda la historia del cine– estructuró buena parte de su obra en ciclos o series fílmicas, todos ellos organizados alrededor de distintos temas o motivos. El primero fue el de los Seis cuentos morales, que se extiende a lo largo de una década desde comienzos de los ’60, y está integrado, entre otras, por La coleccionista, Mi noche con Maud y El amor a la hora de la siesta. Otras seis películas conforman la serie Comedias y proverbios, que ocupa los años ’80, y finalmente se sucedieron, a lo largo de los ’90, los Cuentos de las cuatro estaciones, de los que en Argentina se estrenaron el Cuento de verano y el Cuento de otoño. De 1982, Pauline en la playa es el tercer episodio de las Comedias y proverbios, posterior a La mujer del aviador (1980) y anterior a El rayo verde, de 1986.
Como la designación general lo indica (y en contraposición con la idea que anima los Cuentos morales), la serie de Comedias y proverbios adopta una mecánica afín a Marivaux, Molière y hasta Feydaux. Por otra parte, todas las películas que la conforman tienden a “probar” un determinado proverbio, que en todos los casos las encabeza. En la ocasión, el aforismo en cuestión está tomado del Perceval de Chrétien de Troyes (obra que Rohmer había adaptado años antes) y dice, en francés antiguo: “Qui trop parole, il se mesfait” (Quien habla mucho se equivoca). La alusión corre no sólo para Marion, sino también para otro de los personajes de Pauline..., que se ocupa de llevar y traer cierto chimento erótico. Chisme que se presta, por otra parte, a más de una confusión.
Se trata, entonces, de una comedia de enredos. Pero también de un vaudeville aggiornado, alrededor de los cruces de parejas entre seis vacacionantes (tres hombres y tres mujeres), que en los finales de un verano coinciden en esa playa del norte. Pauline... representa también un nuevo escalón de ese otro programa secreto de Rohmer, consistente en agotar el catálogo de estaciones y geografías de toda Francia. El verano había sido ya visitado junto al Mediterráneo en La coleccionista, al borde de un lago en La rodilla de Clara, y lo sería más tarde en la montaña (en El rayo verde) y otra vez el mar (Cuento de verano). Una de sus películas más corales, lo que trabaja el hoy octogenario realizador en Pauline... son todas las combinaciones posibles entre tres y tres (el rigor matemático constituye otra de las leyes secretas de su cine).
Como de costumbre, lo que se entabla entre ellos es no sólo un intercambio de deseos, proposiciones y voluntades, sino también una batalla dialéctica, con todos los personajes intentando razonar lo que parecería refractario a la razón. Treintañera rubia y ligeramente plastificada, Marion (la sexy Arielle Dombasle) dice hallarse en busca de un amor que la haga arder. Su prima Pauline (Amanda Langlet) tiene la mitad de sus años, todo indica que es virgen y terminará comportándose de manera mucho más adulta que los adultos que la rodean. No sólo Pierre (Pascal Greggory) se conduce como un chiquilín enfurruñado, celando a Marion, obstinándose con ella y oficiando de buchón amoroso, sino también el seductor Henry (FeodorAtkine), que enamora a Marion, se acuesta con una vendedora ambulante y, de paso, quiere voltearse también a Pauline.
Como es verano, hay más sexo, deseo y cuerpos desnudos en Pauline... que en el grueso de la obra de Rohmer. Pero todo eso está puesto, como siempre, al servicio de la razón. Rohmer se comporta casi como un laboratorista de l’esprit, poniendo un líquido (o personaje) en combinación con otro, y estudiando el modo en que se fusionan, repelen o reaccionan. Pauline en la playa: laboratorio de ideas, pasiones y emociones.