Sáb 27.07.2002

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El clásico escape de la cárcel, pero con protagonistas militares

“La última fortaleza” gira sobre un argumento conocido, pero le agrega atractivos: Robert Redford es el ex oficial que se enfrenta al director de la cárcel, James “Tony Soprano” Gandolfini.

› Por Horacio Bernades

¿Una película con Robert Redford que no se estrena en la Argentina? Tal como están las cosas, con costos dolarizados y el valor de la entrada pesificado, las empresas cinematográficas pierden más plata estrenando que no haciéndolo. Es así como la compañía que tenía los derechos de The Last Castle –una de las películas más recientes protagonizadas por el astro de Butch Cassidy y El golpe– la dejó pasar. Por si la presencia de Redford no fuera suficientemente convocante, allí está el grandote James Gandolfini (Tony Soprano en persona) como contraparte, y también la rubia Robin Wright Penn y el morocho Delroy Lindo. Estrenada en Estados Unidos hace unos pocos meses, en nuestro país The Last Castle debe conformarse con el mercado del video. Acaba de lanzarla el sello AVH, con el título La última fortaleza.
En La última fortaleza, Redford es el teniente general Eugene Irwin, que no sólo estuvo en cuanta guerra se librara más allá del Río Grande durante los últimos treinta años, sino que además es visto por el conjunto de la corporación como la encarnación misma del más alto espíritu militar. Autor de importantes tratados de estrategia, condecoradísimo desde Hanoi a Bosnia pasando por la guerra del Golfo, Irwin es amado por pares y subordinados, que saben reconocer su nobleza, decencia y coraje. Sin embargo, Irwin será juzgado por una corte marcial, declarándose culpable él mismo y yendo a parar a una cárcel militar a la que se conoce como “El Castillo”. Sucede que, durante una acción militar en Burundi, Irwin desobedeció una orden directa de su comandante en jefe (el presidente de EE. UU., para más datos) y ordenó un operativo comando que terminó con resultados desastrosos y ocho hombres muertos. Despojado de su grado, ahora es un preso más en ese castillo que, según comenta, “es el único fortificado no para impedir que alguien entre, sino que salga”.
Pero Irwin no sólo es un líder natural; además es un héroe. Al primer síntoma de injusticia, reaccionará; ante el primer maltrato, desobedecerá; ante la primera muerte, convertirá al conjunto de prisioneros en un ejército con un objetivo claro. El objetivo: tomar la prisión y derrocar a su director, el coronel Winter (James Gandolfini, en papel bastante atípico), por las buenas o por las malas. Escrita y dirigida por Rod Lurie (el mismo de La conspiración), La última fortaleza utiliza varios de los códigos habituales del film de cárcel (el alcaide sádico, los castigos físicos, el soplón que se redime, la planificación del operativo) pero dándoles ciertas vueltas de tuerca que le permiten no ser una más. La típica oposición de voluntades entre el alcaide y el líder de la rebelión (recordar La fuerza bruta, Fuga de Alcatraz o Sueños de libertad, para dar un ejemplo más reciente) tiene en este caso componentes particulares. Que director y prisionero sean militares convierte esa oposición en una cuestión de honor. Y de orgullo: un castillo sólo puede tener un rey, como comenta alguien.
Esa relación entraña una paradoja: el militar de más alto rango (y mayor prestigio y capacidad de liderazgo) es el segundo de ellos, lo cual la carga de resentimientos y tensiones. Está muy bien pintado el militar de escritorio que compone Gandolfini, quien pasa las horas lustrando armas y cuidando los souvenirs que guarda en su vitrina, cuando no manipula a los prisioneros desde el atalaya vidriada que da al patio de la prisión. Más allá de un apunte sobre su fracaso como padre de familia, Irwin es poco menos que un santo guerrero, y Redford lo compone como si se tratara de un busto viviente. Como ocurría en La conspiración, donde la investidura presidencial quedaba a salvo de toda mancha, aquí Lurie –guionista inteligente y ex crítico de cine– no parece muy interesado en cuestionar la institución militar: el teniente general es un auténtico hombre de honor, los prisioneros se inflaman de patriotismocantando el himno de los marines (“En todos partes del mundo/ somos los primeros en luchar por la justicia y la libertad”, dice más o menos la letra) y la bandera de las barras y estrellas terminará elevándose, como un símbolo sagrado, frente a los ojos reverentes de los soldados de la nación. Haciendo crecer la tensión y dejándola estallar al final, La última fortaleza termina siendo una buena película de cárcel, pero también una de dudosa ideología.

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